Lo rosa de la marea
El agua que al alimón trajo la inesperada pareja Ingrid y Manuel, bombardeó con torrenciales aguaceros los flancos oriental y occidental del país. Si hace unos meses México imploraba por lluvias; ahora porque ya no llueva, y Tláloc en el centro del país y Chac en el selvático sureste, alistan ya sus aquilones para arrimar nuevos nubarrones y tormentas sobre el húmedo territorio mexicano. Nos lloverá sobre mojado. O sea, si no llueve es tragedia y si llueve también. Por eso allá en el Olimpo doméstico los dioses se traban en encendidas discusiones sobre a quién hacerle caso, porque unos paisanos ruegan por agua y otros alzan plegarias para que salga el Sol y pare de sufrir, perdón, pare de llover. Pero, ¿por qué nos pasa esto? Desde luego que en muchas partes del planeta acontece casi lo mismo. Pero es que con la globalización también los problemas nos son comunes y el capital doquier es insaciable.
Entonces ¿qué hacer? Bueno, llegamos a donde teníamos que llegar. Una sociedad mayormente inculta que no se respeta, pues tampoco tiene porque respetar su entorno y lo mismo podemos decir de las autoridades. Prestas a negocios fáciles y reacios a hacer las cosas bien. Así, el fatídico coctel no resulta para nada impredecible y las secuelas se manifiestan desde calles que a la menor llovizna se deslavan, pasando por drenajes rebosados, carreteras colapsadas, casas construidas con materiales de ínfima calidad, en espacios donde ni siquiera entra el Sol y en zonas suburbanas desconectadas de los grandes centros urbanos. Y esto se repite por toda la geografía nacional. La corrupción campea a sus anchas y además llegó para quedarse.
Y es que en nuestro país somos cien por ciento reactivos, no se nos da la previsión. Y, todos sabemos bien, que es mucho más caro reconstruir o construir que prevenir, pero cómo vamos a dragar ríos, canales y drenes plenos de inmundicias urbanas, si apenas y llevan agua en la temporada de estiaje —que es cuando habría que limpiar esos cauces—. Es decir, esas obras no se notan y por tanto no son políticamente rentables. Es mejor hacer obras que se vean, que se hagan por donde pasará el presidente, el gobernador o la luminaria del momento, eso sí que se ve y además sale en el periódico y en videos de Youtube.
Tampoco será redituable sembrar árboles donde nadie los ve, pero que son necesarios para reponer los que por décadas han talado y rapado los talamontes, clandestinos y legales. Los árboles son indispensables por múltiples funciones y beneficios que acarrean al medio ambiente. Como amortiguamiento de la lluvia —que se frena en el follaje y no se precipita de manera caudalosa por laderas y cañadas provocando deslaves, derrumbes y múltiples tragedias—, recarga de mantos freáticos, producción de oxígeno y regulación de la temperatura de la Tierra, sólo por citar algunos de los incontables beneficios que nos da su presencia. Sin embargo, esos criterios de nada sirven al momento de tomar decisiones de inversión. A los bosques o lo que queda de ellos se les visita el día del Árbol. Ese día niños de alguna escuela son trasladados al cerro para acompañar a algún funcionario y a la primera dama que plantarán un arbolito para la foto y nunca más regresarán para regarlo, para aflojar la tierra y sus raíces puedan respirar, para podarlo o deshierbar su entorno. No; sólo la foto, el abrazo a un sonriente niño y regresar a la comodidad de su oficina y esperar el próximo año para sembrar uno nuevo…
Entonces por qué asombrarnos de lo que sucede en muchas partes del país. No podría ser de otra forma. Se construyen casas donde no debiera; pero, ¿qué autoridad es responsable de dar permisos para edificación? ¿Quién de evitar que se asiente gente en laderas de cerros y vera de ríos o cauces de agua que puedan salirse de control en cualquier momento y causar muertes y desolación? ¿Dónde está protección civil?
Los fondos de Prevención de Desastres Naturales (Fopreden) y el de Desastres Naturales (Fonden), cada vez con mayores recursos, debieran utilizarse mayormente en la prevención y no sólo para remediar desastres. Deben inculcarse la previsión, el combate a la ignorancia, los buenos gobiernos y obras de calidad. Sólo de esa forma la lluvia será siempre bienhechora, recargará mantos freáticos, reverdecerá el campo, llenará aguajes, bordos y presas, traerá buenas cosechas y prosperidad para nuestro maltrecho país.