Una nación sin la justicia y el derecho no se puede sostener. Los intentos por recuperar la seguridad, la tranquilidad, el empleo y el progreso serán engañosos y efímeros, incompletos si no se aplica la justicia sin excepciones ni distingos.

  “Cuando  te pasa algo, contaba un albañil en la calle, no encuentras a nadie que te ayuda, que te haga justicia. La policía no llega y le da más importancia a las formas y los trámites. Sientes la impotencia, no hayas para dónde voltear. En México vivimos sin ley.

 

Con frecuencia vemos la ciudad desquiciada, contaminada porque grupos de profesionales del paro la toman como rehén y a todos los ciudadanos que hacen sus trabajos y tienen derecho a circular libremente. Destruyen, atentan contra el derecho de los demás y los delitos quedan impunes.

Los criminales siguen activos. El día de hoy leemos en la prensa muchos crímenes, asesinatos. Las muertes de los hermanos se han convertido en un hecho banal.

No se puede tapar el solo con un dedo. Las voces que, como la del Comisionado Castillo, afirman que en Michoacán se ha superado el régimen del terror y que el Estado no volverá a atrás a los tiempos de la inseguridad, están en otra realidad, tantos asesinatos el día mismo de la afirmación y el siguiente lo desmienten.

Si queremos sacar a nuestro Michoacán del estado fallido y volverlo al estado de derecho en que vivamos sin terror ni preocupación, hay un largo camino que andar y hemos de poner las bases sabias y verdaderas.  Hemos de construir sobre la renovación moral de todos los michoacanos. Esta renovación no aparece en los programas que se quedan en soluciones pragmáticas, inmediatistas.

Hay que rescatar los valores morales y religiosos universales que han naufragado en las conductas de los hombres pragmáticos, convenencieros, inmorales, donde se disuelven.

Hay que rescatar las virtudes cardinales, que son los cimientos de la convivencia y la sociedad, el primero, la justicia. Las otras tres también son fundamentales: prudencia, fortaleza, templanza. Por no vivirlas se cometen muchas barbaridades.

 

Por justicia entendemos aquí aplicar la ley, hacer valer el derecho.

La justicia es un valor inherente a la condición humana. Toda acción humana se mueve en la justicia, sin eso no es posible una vida sabia y tranquila.

Una sabiduría milenaria, presente en todos los pueblos de la tierra, de todos los tiempos prescribe la justicia  en la nuestra convivencia.

El pueblo de Israel es un testimonio de la sabiduría de los pueblos antiguos del Medio Oriente.

Cuando Salomón empieza su reinado pide al Señor, no riquezas o triunfos sobre sus enemigos sino la “inteligencia para para aplicar la justicia”

  La justicia es un valor universal, absoluto, no se negocia, manipula ni condiciona. Depende, en su ejercicio, de la libertad del hombre pero su fuerza de coerción obliga absolutamente, no depende de la conveniencia o los compromisos de las autoridades, de las categorías de personas que piden justicia, es inviolable, inalienable. Debe suceder como suceden los fenómenos de las leyes químicas o físicas, infaliblemente.

Dice el Filósofo de Güemez: “en México, la justicia es como el sarampión, se aplica sólo a los chiquitos”. Esa no es justicia sino una pantomima, una burla de justicia. En ese caso, el país vive sin justicia y sin ley.

El valor y la validez de la justicia se fundan en Dios, en su naturaleza inmutable: “El Señor juzga al mundo con justicia” (Salmo 95, 13).

Cuando no se aplica la justicia, cuando se comete el error de someterla a leyes de los hombres o a la interpretación perversa de los abogados, se desnaturaliza y se convierte en iniquidad.

Cuando se aplica con acepción de personas, cuando se vende por compadrazgos o intereses de dinero se desprotege a la sociedad queda en desamparo, en el reino de la arbitrariedad, entregada a los criminales.

Esto sucede cuando al culpable no se le encuentra nada o la averiguación no se armó bien y sale libre. No porque sea inocente sino por torpeza.

Sucede también cuando se condena al inocente. Así se ha inculpado, según información privada, a muchos autodefensas. Les pasa con frecuencia a los pobres. La iniquidad despacha en lugar de la justicia.

Toda violación de la justicia es un atentado contra el bien común de los ciudadanos honestos. Se comete injusticia contra el bien común y la paz social.