Indicador político
Buenas y malas nuevas
Quizá la mejor noticia de Michoacán, hoy, es la de que ya hay cinco candidatos a la gubernatura del Estado, oficializados por sus propios consejos y respaldados (quién sabe si no en todos los casos) por la estructura nacional de sus partidos. Quizás la mala, o no tan buena –según se prefiera-, es que de esa lista saldrá, sin lugar a dudas, el próximo Primer Mandatario del Estado.
En la final definición de candidatos a la gubernatura hubo de todo: los que constituyen un ejemplo de “unidad” forzada (PAN y PRI); los que surgen de un procedimiento de teocracia vertical (MORENA); los que no lograron la “unidad” porque un enanismo político les salió al paso (PRD); los que sin elección democrática apostaron a que la luna era cuadrada (PT), y un sinfín de etcéteras.
Lo que sigue, de aquí en adelante, es culminar la definición de candidaturas en los municipios y en los distritos; la construcción de un modelo de comunicación política en el primer círculo de los distintos candidatos y dar forma a la propuesta electoral con que cada uno querrá caracterizar su campaña y distinguirse frente a los demás competidores.
En primera instancia, tanto por el descrédito en que los políticos han hundido a la política como por la suerte de “perro atropellado” que ha tenido Michoacán en los últimos 13 años, parece que ninguno de los candidatos a la gubernatura cuenta con las suficientes credenciales de honorabilidad que exige la población, y que ninguno –así, como se lee- le llena el ojo y la conciencia a las y los electores. Si esto es cierto, ello querría decir que trayectorias, rostros, actitudes, dentaduras, cabelleras y demás de cada uno de ellos, se sitúan por debajo de las expectativas del mercado electoral. No es que no tengan cualidades: lo que pasa es que las que se les conocen los vuelven relativamente impresentables y, en ocasiones, incluso indigeribles.
Policarpo Cavero Comvarros, psiquiatra suizo estudioso de la cara y las máscaras del político, llegó a advertir que para hacer una buena elección en una contienda electoral, el ciudadano debía observar y estudiar atentamente la mímica, los gestos, la risa, la voz, las palabras y el comportamiento general de los candidatos, para saber identificar la delgada línea que separa a la mentira de la verdad.
Los mercadólogos (esa especie al alza en las batallas de opinión pública y en la guerra de percepciones), sin duda tendrán muchas reconversiones qué hacer en los próximos días, porque sin semiótica no se gana una elección; los estrategas (esa subespecie parrochialis de los juegos del poder) no vivirán días de campo en los meses que siguen, porque sin estrategia tampoco se gana nada; algún experto en liposucción quizás tenga suerte, debido a que sin estética la palabra no produce votos; sin embargo, acaso los más atareados lleguen a ser los ideólogos, porque convertir un Grial en un campo fértil no es tarea fácil.
La tarea más difícil de un político, sobre todo cuando el envanecimiento lo ciega, es verse cara a cara con la humildad a la hora de repartir cuotas y cotos de poder. Veremos quien lo hace bien y quién no.