Cárceles vacías: retos del Sistema Penal Mexicano
La elección que viene
La contienda electoral sube de tono y acrecienta sus niveles de tensión en el Estado, en la medida que se acerca el día en que los ciudadanos serán, por un instante, el personaje prioritario de la decisión de las urnas y el eslabón central del proceso político.
Pese a que el resto del país se halla inmerso en el mismo proceso, con problemas y puntos de interés que varían de una entidad a otra, lo cierto es que los oídos y los ojos de la nación están puestos en cuatro estados del Pacífico mexicano, entre los cuales se encuentra Michoacán: una entidad que históricamente ha sido turbulencia y vértigo, espasmo y grito en la composición orgánica de la República, y que en los últimos años se ha transformado –por obra de las contradicciones históricas y culturales que la pueblan- en luz y a veces en oscuridad de sí misma.
El arrodillamiento que sufre el Estado mexicano en Oaxaca y Guerrero, por inobservancia y ausencia del régimen constitucional y debido a la presencia de gobiernos locales que no merecen tal nombre, preocupa porque ahí la espiral del deterioro no parece tener fin: quien triunfe en el proceso electoral –si es que finalmente se realiza- no tendrá más opción que administrar el caos y verse cara a cara con la incertidumbre, con una herencia de sangre varias veces rota por el desencanto, con problemas coagulados que no tienen tiempo para soluciones razonables y con un paisaje social en ruinas que no parece haber quien atraiga al orden de la ley y de la vida institucional.
Michoacán, por razones históricas distintas, también hace fila en la geografía del radicalismo ideológico regional que padecen aquellas entidades, aunque –hay que decirlo- con un agravante que en el caso de Oaxaca y Guerrero es de tamaño menor y de aparición más reciente:la delincuencia organizada, en sus diferentes modalidades y formas de actuación, capaz de operar frente al poder político, de intimidar a la sociedad en su conjunto, de cooptar estamentos gremiales y estudiantiles de diverso signo, de subordinar sindicatos y hasta expresiones “pisacalle” de la sociedad civil, en pos de amasar una forma de poder que le resulta apetitosa y gratificante en todos los sentidos, porque se plantea como un verdaderocontrapoder frente a lo establecido.
Lo que ha subido el tono y elevado la tensión en la contienda electoral, son los factores internos y los ingredientes externos que hacen del nuestro un proceso electoral sui géneris: sobrecargado, a veces, de una mal disimulada sed de revancha entre los distintos contendientesy, en ocasiones, salpicado de riesgos latentes de los que no parece haber plena conciencia a la altura del adoquín y las aceras.
Los factores que le han traído calor y tensión al proceso electoral son, indistintamente, el hecho de que haya un virtual empate técnico entre los candidatos del PRI y el PRD a la gubernatura, en el que el primero se sitúa por arriba del segundo en la preferencia electoral; el que haya subido de intensidad la propaganda negativa entre candidatos, dejando a Silvano Aureoles en una posición francamente desfavorable; y, desde luego, la irrupción violenta de la delincuencia organizada en casos como el de Tanhuato, no deja de introducir en el ambiente electoral una sensación de zozobra, desconcierto y miedo por lo que pesa la muerte en el estado de ánimo social.
Los ingredientes externos, básicamente constituidos por las semillas de un radicalismo que viene de lejos, son las tentativas del Cártel Jalisco Nueva Generación de tomar por asalto la respiración de la entidad, luego de la caída o extinción de los cárteles locales; la amenaza de boicot al proceso electoral proveniente de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), algunos de cuyos integrantes hacen fila en las técnicas de ruptura y en el parasitismo gremial más despreciable; y, por último, el velado intento de algunos grupos por hacer de Michoacán un eslabón de rebelión, en términos de la utopía rearmada que alientan desde la lógica difusa de sus calenturas mentales.
A pesar de todo esto, las elecciones del 7 de junio serán una prueba de que la sociedad sigue siendo partidaria de métodos de cambio social y político civilizados e incruentos, lo cual abre la posibilidad de que quien gane la gubernatura inicie, con ideas claras y un enfoque cultural serio, una etapa de reconstrucción y de reconciliación desde la calle, la plaza, el alma y el corazón de cada uno de los integrantes de nuestra sociedad, para que Michoacán vuelva a ser referente de paz y desarrollo ante el resto de la República.