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Solidaridad, de los dientes pa fuera
Los mexicanos afirmamos ser muy solidarios entre nosotros; presumimos de nuestra hospitalidad y generosidad para con terceros. Pero vale la pena reflexionar ante la realidad y los hechos si esos atributos son efectivamente generalizados y cotidianos; si son parte de nuestra cultura, o constituyen actitudes que solo practicamosen circunstancias especiales.
Un ejemplo de nuestra solidaridad fue el terremoto que destruyó cientos de edificios de la ciudad de México en septiembre de 1995. Decenas de miles de ciudadanos se desbordaron a las calles a tratar de ayudar al prójimo sin que necesariamente existiera un lazo familiar o de afecto por las víctimas de la tragedia. En aquella ocasión se despertó una genuina y espontánea conducta solidaria de masas; seguramente estimulada por la proximidad a la tragedia. Por entrar en consciencia de que cualquiera de nosotros, de nuestros seres queridos, y nuestros amigos, pudiéramos haber sido víctimas de las circunstancias, si no es que la fuimos.
También dejó como resultado que el gobierno de la República y el de la ciudad de México entraran en consciencia sobre la necesidad de diseñar un sistemas alertas para prevenir ese tipo de siniestros, así como programas de repuesta para atender a las víctimas; cuestiones prácticamente no atendidas hasta entonces.
Somos solidarios con nuestros seres próximos en momentos difíciles; cuando compartimos su dolor o sus motivos de preocupación. También somos solidarios en los momentos de júbilo y la fiesta; cuando el Tri gana un partido de futbol a un equipo importante, o cuando el Checo Pérez gana una carrera de autos. Hacemos de esos triunfos de equipo e individuales un logro colectivo, nacional, como si todos los mexicanos fuéramos parte del Tri o cada uno de nosotros fuera el Checo.
Pero no sucede lo mismo cuando no nos identificamos con los actores de la pena, de la fiesta, o dela derrota; cuando los protagonistas de los hechos en cuestión no nos son cercanos emotivamente o nos generan decepción. No nos solidarizamos porque nos consideramos lejanos aellos, o nos molesta su actitud. Si la desgracia es ajena o lejana, la observamos con cautela, y a veces con desdén. Si el Tri pierde contra un equipo cotizado, nos genera tristeza, pero si lo hace con un segundón, se vuelve desgracia nacional y objeto del desprecio colectivo.
Pareciera que esa actitud es también parte de la esencia de las políticas públicas, que aunque en el discurso profesan su compromiso por el bien común, en los hechos lo descuidan o desprecian.
Hace unos días en Coatzacoalcos, Veracruz, hubo una desgracia mayor cuando sucedió una explosión de grandes proporcionesen la planta petroquímica de Clorados 3 dela empresa privada Mexichem , en el complejo petroquímico de Pajaritos, de Coatzacoalcos, Veracruz (aunque es materia de otro tema, vale señalar que la planta de Clorados 3 fue originalmente construida por Pemex y vendida a la empresa privada como parte de la paulatina privatización de la paraestatal). Como se sabe la explosión ha dejado hasta ahora 32 muertos, alrededor de una decena de desaparecidos, así com una centena de heridos.
Aunque esta tragedia ha generado tristeza, asombro e indignación, pareciera quela resignación impera, y es vista tanto desde el gobierno, los medios, y la ciudadanía, tan solo como una más de las desgracias “aisladas” que se suceden en el país y en la maltrechada industria petrolera nacional, ya sea esta propiedad de Pemex o haya sido entregada a alguna empresa privada, como es el caso.
De acuerdo a las noticia publicadas en diversos medios nacionales, en Pajaritos todo mundo sabía de las fugas y los riesgos de una explosión en la planta de Clorados 3, y nada se hizo para prevenir esa situación; de hecho horas antes de la explosión hubo un conato de incendio donde más tarde sucedió el siniestro, que había motivado el desalojo momentáneo de los trabajadores, mismos que regresaron a su labores cuando supuestamente la fuga del gas había quedado resuelta (ver El Universal on line: http://www.eluniversal.com.mx/articulo/estados/2016/04/23/en-pajaritos-todos-sabian-de-las-fugas) )
Después de la explosión, cientos de familiaresde los trabajadores acudieron a los accesos de la planta de Clorados 3 en busca de los seres queridos, que allí laboraban, recibiendo la sugerencia de alguno de los superintendentes de la planta en el sentido de acudir a todos los hospitales para ver si en alguno de los mismos encontraban a sus parientes.Al día siguiente en las afueras de una de las clínicas del complejo, según refirió la esposa de uno de los desaparecidos, un hombre vestido de civil salió para decirles:“Les pedimos que vayan al Ministerio Público y luego al complejo a identificar los cuerpos” dijo con una frialdad sorprendente, aunque luego intento matizar: “No significa que ahí estará a quien están buscando” (ibid: http://www.eluniversal.com.mx/articulo/estados/2016/04/22/historia-me-dicen-que-busque-en-todos-los-hospitales )
Estos hechos y actitudes nos muestran la inexistencia del mínimo sentido de solidaridad y comprensión, tanto por parte de los empleados encargados de atender este tipo de situaciones. Pero más grave aún, nos muestran la absoluta falta de atención y de respeto de parte de los funcionarios públicos y privados que administran esas empresas e instituciones públicas o privadas, en las que los códigos de prevención y de respuesta a este tipo de siniestros y eventualidades son prácticamente inexistentes, simplemente porque no son parte de nuestra cultura.
¿Qué no sería básico que para atender un tragedia como la sucedida en Coatzacoalcos, Pemex o Mexichem,tuvieran establecido en sus manuales la existencia de un pequeño grupo de respuesta, que se encargara de atender personalmente y dar apoyo a cada uno de los parientes delos trabajadores afectados? Que los invitaran a una sala de espera y los acompañaran enla búsqueda, mostrándoles fotos de los rostros de los heridos o fallecidos, que los llevaran en vehículos a las diferentes clínicas y hospitales a los que habrían sido trasladados los trabajadores afectados; que los hicieran sentir amparado y apoyados en momentos tan difíciles.
La respuesta es: no. Esto no sucede en las tragedias como las de Coatzacoalcos, ni sucedió en Pasta de Conchos, o en San Juanico.
Los mexicanos vivimos en un país donde la cultura de la solidaridad institucional y la atención al prójimo son inexistentes; donde el Estado no promueve ni práctica como regla general el respeto a los derechos humanos básicos; lo podrá hacer en el discurso y a manera de excepción, pero no como una conducta general derivada de una filosofía universal.
Ya es tiempo de que en ese sentido y en muchos más empecemos a cambiar.