Libros de ayer y hoy
Crisis y descomposición social
Cuando manejas por cualquier ciudad del país y llegas a un crucero importante regulado por un semáforo, aparecen de la nada: decenas de muchachos pretendiendo limpiarte el parabrisas, señoras y niños vendiendo dulces y baratijas, magos, payasos y malabaristas haciendo las suertes que mal han aprendido, ancianos y lisiados buscando compasión; todos con la esperanza de ganarse unos pesos, para seguirla pasando, para comer unos tacos, para llevar algo a la casa, o para darse un pase de droga y abstraerse de su dramática realidad, de la falta de esperanza y de alternativas.
Ese pasaje es parte de la marginación que nos ha traído el modelo de desarrollo neoliberal, que cada día se generaliza y vuelve parte de la normalidad cotidiana de las grandes ciudades; lejos de disminuir se extiende como pandemia.
Otros signos de la marginación que no se observan públicamente en las zonas urbanas, se quedan en la casa, con los niños desamparados, los enfermos, ancianos y discapacitados, que no se pueden valer por sí solos. Tampoco se observan en los paisajes urbanos: la pobreza extrema que se padece en las zonas rurales áridas y semidesérticas, en las zonas de cultivo temporaleras, donde el resultado del trabajo y la cosechas no valen nada, y si acaso apenas alcanzan para subsistir. O las zonas indígenas aisladas, mal comunicadas, con pobre o nula infraestructura urbanas, sin escuelas y hospitales.
Paralelamente, nos enteramos a través de los medios, de las tropelías y atropellos de las leidis y prepotentes individuos, dejuniors que todo lo pueden, de líderes sindicales corruptos, de los delincuentes organizados, y los de cuello blanco. Todo ello gracias al dinero fácil y al abuso del poder político, a la concentración de una riqueza brutal en pocas manos, lograda a base transas y corrupción, de privilegios derivados de la amistad y el contubernio con quienes toman las decisiones en los más altos niveles, de los regímenes fiscales de excepción.
México ha caído en el tobogán de la degradación y la descomposición social, en donde muchas de sus instituciones han dejado de ser funcionales y cumplir con los propósitos que les dieron origen: los partidos políticos, los órganos legislativos federales y estatales, los cuerpos de seguridad, las instituciones de impartición de justicia, las instituciones responsables de administrar los recursos, diseñar y aplicar las políticas públicas. Lo mismo ha sucedido con muchos de los grandes consorcios privados, entre ellos los medios electrónicos de comunicación.
Y no es que las instituciones nacionales hayan perdido su esencia o su justificación de ser, sino que los individuos encargados de administrarlas y hacerlas cumplir con los propósitos para las que fueron creadas, han perdido su compromiso social, su solidaridad, su sentido de honestidad y transparencia, los valores cívicos y humanos fundamentales; se han corrompido.
Revertir esta situación y retomar el camino del desarrollo compartido, de la equidad, de la solidaridad social, de la eficiencia, seguramente es posible; “No hay mal que dure 100 años ni enfermo que los aguante”, dice el refrán popular. Pero para recuperar la esperanza en el futuro y para lograr ese objetivo, se requiere del concurso de todos los mexicanos, de una sociedad organizada, de un marco jurídico Constitucional moderno y a la altura de las necesidades y circunstancias; del fortalecimiento de nuestras instituciones.
Como que ya va siendo hora, ¿no le parece?