Paz y NEM
Eran las 7:30 pm y la gente de Rincón de Tamayo, en Celaya, Guanajuato, salía con sus sillas a la banqueta, cuando no, se sentaban en la cornisa de sus ventanas o en el suelo.
Alrededor de las ocho de la noche, inició la procesión de Viernes Santo, al frente una patrulla de tránsito abriendo camino, después tres “romanos” a caballo, una grandilocuente banda de música, unos encapuchados con cadenas en los pies, otros tres “romanos” a caballo y una camioneta con el Cristo crucificado. Atrás de ellos, varios grupos de congregaciones religiosas marchando con solemnidad y para rematar la procesión, una camioneta iluminada y adornada con la Sagrada Familia de carne y hueso, un José, una María y un Cristo ensangrentado entre sus brazos, al que le debió dar mucho frío, porque el clima no estaba para andar semidesnudo.
¡Este es mi México!, el México de la religiosidad, el de las tradiciones, el de la fritanga en los puestos que antes vendían juguetes de lámina y espadas de madera, y que hoy venden espadas con luces fosforescentes y chucherías de plástico, cosas de la modernidad ¡Este es mi México!, el de las gorditas, las chalupas, los sopes, los elotes y las tostadas, mientras en el puesto de junto elaboran las charamuscas, enredando la melcocha como trenza, una y otra vez, hasta darle la forma y consistencia que el cliente prefiere ¡Este es mi México!, el de los vecinos que se saludan, los jóvenes que ríen, las muchachas emperifolladas y los galanes encopetados, antes con limón, hoy con gel ¡Este es mi México!, el del drama en cada rostro cuando pasa el Cristo crucificado, mientras con el teléfono o la cámara digital le toman fotos… ¡Este es mi México!, el de la gente cálida, el del buen vecino, el del México en el que todos se conocen y saludan y donde, cuando hay un muerto, eventualmente cierran la calle para que los vecinos vayan a tomar café, a dar el pésame y a contarse anécdotas del difunto, cuando no, de vez en cuando un chiste picante… ¡Pero cuidado!, este México no está listo para la globalización, tampoco para la competencia, este México, que privilegia las tradiciones, la risa y el buen vivir, no está preparado para rivalizar con naciones cuyas necesidades las obligan a buscar lo ajeno, para resolver lo propio. El mexicano, como ya expresé una vez, está educado para la solidaridad, la projimidad y la amistad, no para joder al vecino… Y eso, en mundo globalizado, es debilidad.
Hoy el mundo está diseñado para competir, eliminar, destruir, dominar, sojuzgar y controlar al que se deje, o al que no se deje pero que sea más débil, cosa de ver a Irak o a Ucrania, una invadida militarmente por los gringos y sus “aliados” (léase marionetas), la otra por los ejércitos rusos. O véanse a Grecia, Italia y España, invadidas por sistemas crediticios y financieros que les hacen dependientes de Alemania, Francia y lo peor, de los banqueros… En México no cantamos mal las rancheras, sojuzgados por el poder político norteamericano que pone de rodillas a nuestros gobiernos débiles y corruptos, mientras diferentes naciones nos invaden con la “anhelada” inversión extranjera ¡Oh, ilusos que somos!; cuyo resultado es el mismo que ser invadido por ejércitos hostiles: extranjeros lucrando con nuestras riquezas, mexicanos trabajando para extranjeros por salarios de hambre o sueldos de subsistencia, mientras ellos contaminan el medio ambiente y depredan nuestras riquezas naturales… ¡Lo siento!, nacionalista que soy, no veo diferencia entre ser invadido por un ejército o ser invadido por capital extranjero… La vieja historia de cambiar lentejuelas por nuestro oro.
Aún así, en medio de este caos generado por la estupidez institucional, el cinismo y la corrupción gubernamental y política, hay una luz ¡Regresar a nuestras tradiciones! ¡Recuperar nuestra identidad! ¡Pelear y defender lo nuestro desde la organización ciudadana! ¡Volver a ser mexicanos!, despojándonos de la etiqueta de consumidores. Hoy, el sistema acaba con nuestra identidad, nos cosifica volviéndonos “compradores”, nos idiotiza haciéndonos desear, no aquello que nos proporciona calidad de vida, sino aquello que al comprarse y consumirse, mantiene vivo un modelo, el neoliberal, que ya mostró su inoperancia.
Es, por lo expresado, que con emoción veo como se recuperan nuestras tradiciones y reconstruimos nuestra identidad ¡Urge reconocernos mexicanos! y ¡Necesitamos recobrar nuestra identidad! ¡Ese es el camino!… ¡Así de sencillo!