Teléfono rojo
Comparto mi experiencia a los amigos creyentes y a todos los que buscan una vida más digna y feliz. El evento fue grandioso, tuvo resonancia mundial y trascendencia para México, se desbordó el entusiasmo de las multitudes. Fue una experiencia desde la multitud, en medio del pueblo creyente sencillo, afectivo que se volcó sobre calles, carreteras y plazas. Aquí anunciamos la experiencia popular, tratando de captar el impacto en el alma del pueblo. Afuera del aeropuerto entre hermanos muy humildes de un pueblo que sabe hacer cola y esperar horas y horas. Nos dejaron un lugar privilegiado, a la orilla de la carretera, en medio del pueblo de Dios. El sol nos abrasaba y el ingenio popular hacía grata la espera. Tomábamos un baño de multitud. Es gratificante compartir la fe del pueblo sencillo, más allá de protocolos de la gente “importante” y de los discursos muy elaborados, aptos para los intelectuales. En otra vertiente, se siente el caudal poderoso, rico y puro de la fe cristiana, del sentido fe, de la experiencia de Cristo. Se conmueven las fibras del alma, en el santuario que cada uno lleva dentro, se despierta el sentido de Dios y su impulso vital, que brota en su pureza y espontaneidad, antes de cualquier estudio racional. El alma sale a la superficie de su envoltura material y se manifiesta en signos perceptibles y simples: porras, cantos, manos que se agitan, miradas intensas, emoción de los grandes momentos. El paso del Papa despertaba la euforia y algo más, una emoción cuya explicación sobrepasa el umbral de la ciencia psicológica, una experiencia de otro orden, más alta y ligera. El encuentro fue muy breve, la figura radiante, blanca del Papa pasó brevemente pero una visión celeste, quedó en el alma viva, sin tiempo. La gente se quedó satisfecha, colmada en su expectativa. Flotaba una sensación de paz en las multitudes. Ríos de paz parecían inundar la carretera, las calles. La gente permanecía extrañamente tranquila, contenta.No parecían tener prisa, apareció el lado amable de la multitud. Nadie empujaba, gritaba, ofendía ni cometía atropellos ni vandalismos, todo era bondad, respeto, cordialidad, armonía.La luz de la tarde era de una transparencia y tersura inéditas. Una paz indescriptible flotaba en el aire, se respiraba. Hubo gritos de euforia, lágrimas de emoción, el deseo de que el momento fuera eterno. “Que se quede”, “que se quede” coreaban la multitud cuando era cuestión de la partida del Papa Benedicto “hermano”, “mexicano”. Quedó su figura amable, paternal, divina en las ciudades anfitrionas y en México. En algún punto secreto del alma, el Papa no se ha ido. Su presencia sin tiempo llena el alma de serenidad. El motivo de la visita del Papa es pastoral. Vino como el papá, representante del Papa celestial de la gran familia de creyentes. Hay que entender el evento desde la fe, sin dejarse arrastrar de ideologías o de manipulaciones políticas. Su mensaje es muy sabio, profundo, sublime. El Papa más que imagen es Palabra, como representante de Cristo, Palabra eterna pronunciada en el tiempo. Para entender bien y saborear hay que conocer el pensamiento del Papa. El cumple su misión evangélica: denuncia los grandes males de los mexicanos: el poder del pecado, el abandono a Dios y la inmoralidad, que se expresa en corrupción, violencia. Los hombres no son fieles a la alianza divina, quieren ir sin Dios. Anuncia también la necesidad de ir en alianza con Dios, es posible por Cristo que muere y resucita para sellar esa alianza. Es testigo del amor de Dios manifestado en la Virgen de Guadalupe, presencia entrañable, protectora, maternal. Muestra un cariño puro a los niños, regalo de Dios para México y el mundo, preocupación por ellos. Desea que no sufran sino que sean siempre felices porque Dios los conoce y los ama. Pide a los obispos fomentar el estudio, la difusión y la meditación de la Sagrada Escritura. “Estén del lado de quienes son marginados por la fuerza, el poder o una riqueza que ignora a quienes carecen de casi todo”. Pide dar su importancia a la acción de los laicos. Concluye afirmando: “La Iglesia en América Latina ha de seguir siendo semilla de esperanza que permita ver a todos cómo los frutos de la resurrección alcanzan y enriquecen a estas tierras…. la maldad y la ignorancia de los hombres no es capaz de frenar el plan divino de salvación… El mal no tiene la última palabra de la historia. Dios es capaz de abrir nuevos espacios a una esperanza que no defrauda”. Recuerda la tarea sublime de los creyentes: “proclamen día y noche la gloria de Dios que es la vida del hombre”[email protected]