Poder y dinero
Crónica de un regreso a clases pueblerino
DOMINGO
10:30 pm, mi madre insiste en que mis hermanos y yo nos vayamos a dormir porque al día siguiente hay que madrugar, pero nadie le hace caso. Yo no me siento entusiasmada. Voy a cuarto de primaria y sigo pensando que la escuela es horrible. Mi madre luego de tanto insistir nos reúne a todos y nos reparte una ronda de cintarazos. Mis hermanos Matías y Luis brincan como chapulines y aunque meten las manos para evitar el cinto, mi madre se las arregla para colar entre los huecos el certero cinturón de vaqueta. Ellos van a la secundaria y aunque ya son unos adolescentes no entienden. A mí me bastó un cuerazo bien puesto en las nachas para caer de un solo salto en la cama.
11:55 pm. Desde el otro cuarto, Fede, Luis, Matías y Dionisio murmuran cosas de mujeres, especialmente Dionisio, el mayor, que prácticamente ya termina la secundaria. Están ansiosos por encontrarse de nuevo con las chicas que les arrancan suspiros.
LUNES
4:40 pm. Mi padre ya está haciendo el ruido que discretamente le sale cuando se cambia y se echa un café mientras mis hermanos taciturnamente lo secundan. Ahí sí se ponen como soldaditos, y es que al menor síntoma de pereza, mi padre los ajusticiaba con las coyuntas de un barzón que tenía colgadas visiblemente en la pared, tal vez para recordarnos quién manda en casa. Quizá por mi naturaleza de hija única, yo nunca conocí los embates de las coyuntas, pero sí mis hermanos que lloraban como cuches atorados nomás de ver cuando la descolgaba del muro, especialmente Dionisio, el más carajo de mis hermanos, que todavía a los 18 años recibió una tanda de las cueras por no amarrar debidamente una vaca que provocó que mi padre cayera pesadamente al suelo y tirara la leche del balde que armoniosamente ordeñaba… Dionisio no volvió a llorar.
Si mi padre tenía las coyuntas colgadas en la pared para recordarnos quién manda, mi hermano con su fría y dura mirada, también le recordaba a mi padre -mientras recibía los chicotazos- que él ya no era un niño. Al año siguiente Dionisio le brincó para “el otro lado”. De verdad que mi hermano era bravo…hasta que terminó casado con una venezolana en Estados Unidos ¡Carajo!
5:15 am. Apenas con un café en la panza, mis hermanos realizan la faena de limpiar, ordeñar y llevar a las vacas al corral principal. Tienen una hora para hacerlo porque a las 6:30 deben abordar el camión hacia el pueblo, Aguililla.
5:30 am. En tanto, mi madre y yo realizamos lo que nos corresponde: preparar frijoles, huevos, salsa, tortillas y más café. Una vez que mi padre y mis hermanos llegan, rápidamente se cambian de ropa y desayunan. No hay tiempo para nada más. Fede, que va en sexto y yo, somos llevados en la camioneta de mi padre a la primaria Lázaro Cárdenas una hora después.
8:00 am. Llegamos a la primaria, y ahí están todos los amigos, y también los chiquillos de primero que ahora miramos como si fueran unos borreguitos. En la puerta principal está todo ese movimiento que tanto caracteriza a las primarias: las madres que cortantes se despiden de sus hijos, como la mía, que apenas si me da su bendición pero sin beso. Mi padre ni si quiera se molesta en bajarse de la camioneta; ha de pensar que esas cosas solo son pa´viejas. Pero también están las señoras que dejan a sus hijos chiquititos y hasta se ponen a llorar con ellos porque les duele despedirse. Los maestros ya muy amañados los toman fríamente de las manos y los meten de un jalón, pues la puerta se va a cerrar “esté quien esté adentro”.
Mi hermano Fede se apresta rápidamente para reencontrarse con su palomilla de cuates y yo, que con cuatro años de estudios académicos, aún no le encuentro singular importancia a la escuela.
Mi madre siempre fue consciente de la importancia de los estudios, y quizá por eso nunca quiso negociar conmigo para dejarme dormir en la cama “y esperarme a que tuviera 15 para entrar directo a la prepa” ¡Dios mío!
¡¡¡Excelente martes para todooooooooos!!!