Infancias y discapacidad
Diálogo con el maestro o luces en la noche michoacana
Conocer el problema de una región es tener datos de primera mano, verídicos, no maquillados ni seleccionados por intereses particulares.
Es más, el conocimiento no es sólo un dato de la mente, es más bien una experiencia de vida. No se conoce la realidad de Michoacán desde Suiza o desde el despacho de la gran ciudad.
Decía el obispo de Apatzingán a los reporteros: hacen muchas preguntas sin comprometerse, vayan allá, saquen fotos a las huertas quemadas, palpiten con el miedo y la zozobra de la gente.
En este sentido, quienes conocen la verdad de la Tierra Caliente y comparten la suerte de los hermanos que viven ahí y sufren en carne propia los escarnios y heridas, el abandono, la traición de los guardianes del orden y del estado de derecho, el peligro, el hambre la muerte y una secuela interminable de desgracias.Los sacerdotes católicos de los pueblos sufrientes, conocen la verdad como una experiencia. Viven ahí, no como alguien que atiende desde lejos, vive fuera del territorio, son parte de la gran familia del pueblo. Ellos conocen la verdad, los finos secretos de las personas y las raíces del problema que aclara el actuar de los implicados en él.
Las líneas que siguen recogen la experiencia compartidas de colegas que dirigen comunidades en la zona de conflicto. Sus experiencias y reflexiones han inspirado esta visión más amplia y profunda del problema de ingobernabilidad michoacana. Tiene como como telón de fondo la gran revelación que Dios hizo a través de sus enviados, de manera central Jesucristo, su Hijo.
¿Es ciencia ficción, leyenda, revelación? Tómenlo como mejor les parezca, es una palabra que toca el dominio de las creencias profundas del alma, de los arquetipos íntimos del ser humano.
El Maestro Mesías, me hace seña y me invita a su morada secreta, celestial. Fue a través de un signo sagrado que todos conocemos, una figura blanca, leve, redonda como el sol. Es lo que llaman los que saben presencia sacramental.
El Maestro Mesías, me concede una plática, más bien de silencios, es una experiencia profunda, insondable.
Su presencia es divina, encarnada en el mundo, metida en el trajín de la gente pero por encima de los avatares de un mundo efímero, convulso, inestable, en un huracanado y peligroso pasaje de tinieblas y tormenta de sangre y vientos de llanto.
Se ha encarnado en la tierra de muerte y sufrimiento pero al mismo tiempo vive en una dimensión de trascendencia, de eternidad, de victoria final y de paz. Inspira y desencadena una seguridad diferente a todas las seguridades del mundo.
Me enseña secretos preciosos existenciales: abre un horizonte nuevo, despliega el paisaje de la vida inconmensurable, eterno, infinito. La vida provisional y efímera, sombra ligera de la vida plena y eterna no se hunde en la nada de la muerte, trasciende, se metamorfosea, se envuelve en la luz de inmortalidad, la oruga muere pero abre su vuelo la mariposa, en la luz pura.
El juego de la vida y de la muerte primero no termina en la muerte, la nada, se resuelve en el triunfo de la vida inmortal, definitiva, perfecta.
Pasamos la etapa de las muertes y las victorias aparentes pero de ahí damos el salto inmortal a la victoria definitiva en el triunfo final, en la patria prometida con el sol que no tiene ocaso, en la gloria del Cordero degollado y viviente para siempre.
Las victorias del mundo pasajero se pueden perder. Lo que no se puede perder es la batalla para conquistar el Reino de los cielos. La suerte que está en juego aquí no es la realidad definitiva. No hay que perder de vista la suerte, el destino eterno del hombre para entrar en el Reino de Dios en el mundo de las realidades definitivas. Más allá espera la vida soñada, sin sombra, inmortal, donde su cumplirán nuestros sueños más caros.
Por eso hay que estar por encima de las bajas pasiones humanas: mucho dinero, ser poderosos, famosos, Hay que conquistar las estrellas inmarcesibles del Reino: la justicia, la verdad, la ley de Dios que da valor a toda ley humana justa, la rectitud, la santidad.
Hay que ser santos o la victoria contra el crimen de Satán está perdida, y se cae en la complicidad, la cooptación, en la traición y corrupción por dinero, el trigo ahoga la cizaña, vence el Maligno y su estrategia perversa.
Tiene su precio el martirio, la sangre derramada, el final de la aventura efímera terrena. No es el final, la muerte, los héroes y mártires se extinguen sobre la tierra pero, como Quetzalcóatl reaparecen en el cielo con un brillo que no se extingue como el lucero de la tarde, como Cristo en la mañana de la resurrección, sube glorioso e inaugura el mundo nuevo del bien y la inmortalidad.
En este sentido afirmaba en una expresión tan natural, humilde, serena: es mejor da la vida por la paz que morir de viejo. Un expresión preciosa, como una joya preciosa, rara.
A veces, hay que arreglar el mundo de lo provisional, de lo pasajero aun sacrificando la vida del cuerpo, aun derramando la sangre y entregando el espíritu.
Porque los triunfos de la tierra no pueden ser a costa de la victoria final, no deben hacer perder los bienes definitivos la felicidad y paz que tanto buscamos. Hay que temer, dice el Maestro de maestros, a los que pueden mandar el cuerpo y el alma al infierno, de tormentos indecibles y eternos. Es el fracaso definitivo, insoportable, la derrota definitiva del que muere en pecado, odiando, defendiendo la iniquidad, sin Dios. En la eternidad, cae en las tinieblas, las torturas del Maligno, la frustración y desesperación sin fin, sin ninguna esperanza.
Hay que ganar en la situación provisional de justicia, seguridad con todos los bienes de la paz en el mundo pasajero. Pero, sobre todo, hay que alcanzar todos los bienes de la paz en un horizonte bello de la vida inconmensurable, plena, definitiva.
Con esta perspectiva, enfrentamos los problemas de la descomposición social de Michoacán con otra sabiduría, verdad, serenidad, sabiendo la justa dimensión de las cosas y dónde está el tesoro verdadero, la vida inmensamente rica y feliz, la paz sin sombra ni ocaso.