La opción
Los medios de comunicación han puesto ante nuestros ojos y en nuestros oídos la situación de emergencia que dejaron a sus pasos los huracanes Ingrid y Manuel. Es conmovedora la situación de cientos de miles de hermanos.
Vimos aquél hombre delgado, diabético, que va errante, buscando sobrevivir, cargando en una bolsa pequeña y sucia todas sus pertenencias, una historia de dolor.
¿Para qué sirve la fe en estos momentos?
La fe es una riqueza, una energía, justamente para estos momentos, cuando las seguridades humanas fallan.
¿Dónde está la ayuda proporcional, significativa, que sea una respuesta digna? Una presencia asistencialista de los servidores públicos, una despensa no resuelve nada, es pretender curar el cáncer con una aspirina.
Los gobiernos tienen una falla histórica, no han previsto estas catástrofes, no abordan los verdaderos problemas, se ocupan de los intereses de pequeños círculo, los que les dan relumbrón o caudal político.
No atienden los verdaderos problemas, no los profundizan, no dan soluciones estructurales, verdaderas, duraderas.
Hemos escuchado a los damnificados poner a Dios en sus labios y desde el corazón. En ellos, Dios recobra su personalidad trascendente, paternal: es refugio en la calamidad. Es una fuerza de lo alto, es providencia, auxilio. Es una figura que habita el corazón de una forma misteriosa.
En los momentos límites de la experiencia humana, en los momentos que van más allá de los límites aparece el misterio vivo, fascinante y tremendo que habita el corazón humano y el inconsciente colectivo, término de Jung.
En los hermanos que contemplan el temporal desde la comodidad de su sala, calientitos, seguros, satisfechos al abrigo de su casa, sólida, intacta, es campanazo estruendoso, un llamado formidable que moviliza las más nobles energías del corazón humano.
No basta con estar informado y exclamar: pobrecitos, o sentir compasión y menos lástima.
Hay que entender una dimensión olvidada de la fe: la fe es compromiso, la palabra creyente es sonido de voz y es acción, como el DABAR bíblico que significa palabra y acción de Dios.
La fe es empatía, es solidaridad, fraternidad, es comunión de vida y de amor en la desgracias.
Es compartir lo que tenemos para vivir. No dar una limosna, las cosas viejas que ya no queremos. La fe nos lleva a abrirnos al damnificado, a identificarnos con él.
Es ver en él a Cristo que sigue cargando su cruz en el lodazal y la miseria de la devastación: tuve hambre, estuve enfermo, no tenía que ponerme, qué cobijarme.
Las multitudes que siguen los noticieros en radio, televisión en internet, si no escuchan el llamado de Dios, se van a encontrar a la izquierda de Cristo Juez supremo en el juicio definitivo y escuchar la más terrible condena: apártense de mí, malditos, vayan al fuego eterno.
La fe cristiana y católica es una reserva insospechada, increíble de la riqueza humana y divina del alma creyente. Es como una caja fuerte donde se guardan los tesoros de vida, las más preciosas joyas, los más altos valores.
Para muchos está bien guardada, arrumbada, empolvada y no se sacan las riquezas en el momento en que lo requiere la familia.
La fe, en una cosmovisión revelada, integral enseña el valor pasajero, relativo del oro y las riquezas materiales, son vanas y hacen daño a la persona, le quita la verdadera felicidad. En este mundo breve en que estamos de paso quitan la calma, la sabiduría, la felicidad, desvían a la persona del camino estrecho de la vida.
El valor de la persona humana, la joya de la corona, el valor central de la convivencia humana, de la gestión del gobierno, de las interrelaciones, a desgracia eterna.
Al bien de la persona se subordinan las cosas materiales, se sacrifican en favor de su bien verdadero. La persona no se puede utilizar para otros fines políticos o de raiting.
En la fe hay que darle el primer lugar a la caridad, el más grande de los mandamientos. La moral cristiana no se limita a los malos pensamientos y a la obligación de la misa del domingo, abarca la caridad, el más grande de los mandamiento.
El creyente debe amar a su prójimo como a sí mismo, esto lleva a compartir con él todos los bienes materiales. La caridad manda darle todo. Hasta la propia vida. ¡Ah!. El modelo es sublime y claro. El amor llevó a Cristo hasta dar la vida por sus hermanos necesitados, en desgracia.
La fe nos hace levantar la mirada al destino eterno, definitivo del hombre, único que le dará la plenitud, el gozo que busca, sólo ahí se cumplirán sus sueños de riqueza, plenitud y gloria. Los bienes de la tierra no sacian la sed de amor e inmortalidad.
Con esta visión, el ser humana se puede desprender del dinero y sus cosas. El desprendimiento es un mandamiento fundamental, de la Nueva Ley de Cristo en el Sermón de la Montaña.
Se pueden sacrificar las cosas materiales para alcanzar la vida verdadera, plena, definitiva.
De una manera más práctica y sencilla, estamos llamados a solidarizarnos, a compartir lo substancial.
Los damnificados pueden ser dos, trescientos mil, pero los mexicanos somos más de 110 000 000. Qué puede detener la organización, acción, entrega de esas multitudes.
Que sigan faltando los fondos del gobierno, qué importa. No esperemos a que el presidente y su privilegiado círculo resuelva el problema. Toman demasiado tiempo en declaraciones, trámites burocráticos y en saludar de mano, impecablemente vestidos, para la foto.