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Hablando en serio
¿Qué sensación dejan en la gente los discursos oficiales? Hay personas que no creen porque los discursos son huecos, mucho ruido y nada de nueces. Hay quienes sonríen porque ya conocen las falacias y el discurso que maquilla la realidad. Hay quienes se molestan porque les quieren ver la cara y les transmiten tanta vanidad y velada soberbia. Hay quienes esperan que se derrumben las fantasías porque cae primero un hablador que un cojo, esperan las evidencias.
Molesta el discurso grandilocuente, con su tiple ya de todos conocido y todos los signos ampulosos del lenguaje no hablado.
Es un lenguaje triunfalista, tal vez vanidoso que no corresponde a la realidad de claroscuro, de limitaciones humanas, de trigo y cizaña. Es maniqueo, todo lo propio de la persona y del grupo es magnífico, todo lo propio del adversario no sirve para nada, se ignoran todas sus obras.
El discurso pierde piso, pierde contacto con la realidad, por su mente vanidosa y su pequeño mundo que los envuelve ya no percibe los verdaderos problemas.
Crea una nube espesa de incienso, se envuelve en ella, se enajena.
Crea castillos en el aire. Entre líneas afirman: no nos puede ir mejor en el mejor país del mundo, Tout est pour le mieux dans le meilleurs des mondes, afirma Victor Hugo en Candide, citando al gran filósofo Leibtniz. Eso vale no para el Méjico que sufre y lucha sino para su persona y el pequeño grupo de privilegiados que gravitan en torno de los grandes. Son ellos los que se equiparan al primer mundo por sus sueldos, gastos y lujos.
Ofrecen un país ideal, soñado, se presentan como el único gobierno digno y valioso porque en los gobiernos anteriores sólo hubo errores. (Esto se aplica para todos los gobiernos anteriores, desde hace décadas). El país perfecto inmejorable tal vez existe en su mente, ciertamente existe en sus discursos, pero no en la mente y la experiencia de los pobres que sufren violencia, desempleo, desigualdad en los salarios, retrocesos como en materia de inflación y precio de la gasolina.
La persona investida, de poder por el pueblo, se cree la encarnación de la perfección. Todo lo hace bien, es nuevo inédito. ¿Qué filosofía, qué concepto del hombre revelan, no es el del hombre que habita este planeta?
Infla la burbuja de los grandes, una turba de aduladores, muchos los llaman “arrastrados”, que hacen todo por estar cerca del gurú, tomarse fotos, olvidados de su dignidad personal, Y se convierten en aprobación y alabanza incondicional, como la zorra frente al cuervo en una alta rama.
Los exaltan al rango de personajes divinos, del verdadero Mesías, el santo, Hijo del Dios altísimo. Como los que gritan en las grandes reuniones “hasta que llegó Jesús” creyendo estar en un mitin, violando el estado laico de Juárez que prohíbe nombrar a Dios.
Caen en la tentación y trampa mortal de los líderes que se ven arrastrados en sus ambiciones personales, proyectos y los divinizan, los hacen intocables, más allá de la sana autocrítica y de las opiniones diferentes.
Es tan grave que se ciegan y no ven la realidad, los problemas, las urgencias. Se alejan de la vida dura de millones de mexicanos.
Les pueden hacer tanto bien los críticos que los hacen salir de su limbo. Los vuelven a la realidad y les dan la libertad que viene de la verdad, como afirma el Maestro.
Traicionar la verdad es traicionar la misión asumida y traicionar a la comunidad. Como toda perversidad y pecado, la mentira siempre pega de rebote, también a inocentes. Vivir, a sabiendas, en un mundo de ficción, falacia, pretendiendo tergiversar la verdad, de una manera convenenciera tiene terribles consecuencias para el bien común, es un crimen de la esa humanidad.
Vivir en la mentira es vivir en un mundo de ficción, dando vueltas en redondo, dando palos al aire. Es cerrar los ojos a los problemas y retos y perder precioso tiempo para asumir los verdaderos problemas de la comunidad y encontrar el camino del progreso sostenible, avanzar con rumbo, dejar de patinar en la historia, negando el bienestar y una vida digna al soberano, al pueblo.