Los hombres no cuidan la naturaleza, el abuso de los  recursos lleva a la extinción de las especies y a una muerte lenta. Una voz la defiende con la sabiduría superior de Dios.

 

Los hombres hoy enfrentan gravísimos problemas en su relación con Dios, con los demás, con la naturaleza. Está en juego su supervivencia.

Hay que resolverlos con sabiduría, con una sana moral y filosofía. No basta con traer inversiones extranjeras y amar las policías. Se necesitan soluciones a fondo, no pragmáticas,  miopes, provisionales.

Los líderes de la humanidad, políticos e inversionistas han perdido un sistema de valores como referencia. Son pragmáticos y convenencieros, egocentristas, defiendensólo los intereses de su clase social.

Tienen comunicadores y pseudo pensadores que afirman lo que los patrones quieren. El que paga dicta las políticas y sus justificaciones aparentes, superficiales.

 

Se necesitan voces diferentes, bienfundadas que sacan su sabiduría del fondo de los tiempos y de la eternidad, de la experiencia de la humanidad y del sustrato cultural del país.

Para los creyentes, el más sabio de los maestros es Dios, tiene una sabiduría superior, una mirada que penetra el fondo de los problemas y hace posible la solución. Nadie conoce mejor su dispositivo móvil que el científico que lo inventó y determinó su uso. Dios creó al hombre.

El Señor de la historia y del universo está por encima de las conveniencias humanas, sus juicios son imparciales, verdaderos, absolutos. No da gusto a los hombres, no se pliega a sus caprichos, los lleva por los sólidos caminos de la verdad y el bien, que implican renuncia y desprendimiento, a una felicidad simple, verdadera, posible y definitiva.

 

Un problema gravísimo que afecta toda la esfera de la existencia es la devastación de la casa grande, la destrucción de una naturaleza, grandiosa, pura, armoniosa cuando salió de las manos de Dios. Antes de los depredadores, deforestadores y buscadores de riquezas, Michoacán era una paraíso natural. Quienes tienen el tesoro de la fe comparten esta visión, otros sabios lo hacen también, tal vez.

La calidad de vida se vuelve imposible en los desiertos de cemento, bajo un cielo contaminado, en un clima desértico, extremoso, azotados por fenómenos meteorológicos cada vez más violentos, destructores, mortíferos, como las tormentas, granizadas, huracanas, vendavales. Se extinguen  especies animales y se reducen los granos que pueden cultivarse.

 

Los foros mundiales y protocolos no tienen una visión integral del problema y no tienen ganas de resolverlo quienes debieran tener poder de decisión, se someten a los grandes capitales.

En la agonía de la naturaleza con sus fatales consecuencias, debido a la explotación irracionalde los recursos naturales con fines bastardos, materialistas, para beneficio de algunos negociantes, depredadores, servidores de Mammón, el dios del dinero que concentran la riqueza mundial. En medio del caos estrepitoso surge una voz potente.

Es el grito del portavoz del Señor del tiempo y de la vida, el de la sabiduría eterna, la voz del Papa Francisco que escruta los planes de Dios que pueden traer la felicidad a todos los hombres, sin olvidar los pobres.

Se publica el documento LaudatoSii, (Alabado seas, Del himno italiano de las criaturas que compuso Francisco de Asís), una encíclica esperada, abordando el problema candente que debe preocupar a todos, el calentamiento global que hace imposible la vida humana.

La encíclica trae una pregunta que nos hemos hecho los adultos conscientes: ¿qué mundo vamos a dejar a los niños y jóvenes, a las generaciones que vienen? Los empresarios consideran la tierra como una fuente para hacer mucho dinero. El Papa recuerda a Francisco de Asís que considera la tierra como una hermana que comparte nuestra existencia, como una madre que nos acoge en sus brazos.

El Papa desmenuza el problema en los grandes temas: el cambio ecológico, el problema del agua, la deuda ecológica, la raíz humana de la crisis ecológica y el cambio obligado de los estilos de vida.

Está presente, la exigencia de conversión, cambiar de estilo de vida, cambiar la actitud hacia la naturaleza, renunciar a dinero, comodidades a costa de la naturaleza.

El problema de la conversión personal es un problema simple pero se torna complicado y dramático, nos mostramos tan necios y egoístas, comodinos y cobardes, incapaces del más pequeño esfuerzo para mejorar. Es el estilo de vida de la corriente actual, que promueve los psicólogos y vendedores de mercancías hedonistas.

El problema mayor que plantea Francisco es de fondo: hay que cambiar al hombre, su actitud hacia la naturaleza, el uso de la naturaleza. Su administración irresponsable, en muchos casos absurda de la creación, ha provocado el problema.

La preocupación de la Iglesia por este problema no es nueva. Papas anteriores lo han abordado, como Pablo VI en los años setentas del siglo pasado, así como los papas que siguieron, Juan Pablo II, Benedicto XVI.  Ante la FAO, organización de las Naciones Unidas, Paulo VI llamaba la atención sobre la posibilidad de una catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial.

Hay que sacudirse la enorme losa de la pereza intelectual para estudiar la encíclica, alimentarse, dejarse motivar en nuevas opciones.

El Papa, jefe de la familia católica, interpretando las señales de Dios invita a cambiar de actitud hacia la naturaleza, invita a comprometerse, a defender los montes y las aguas, empezando por los gestos simples de manejar la basura, cuidar el agua, apagar los focos innecesarias, dándole a la naturaleza algo sustancial de tiempo, esfuerzo y recursos.