Abanico
La oratoria del papa y la retorica de nuestros líderes
Estamos hartos de los discursos inflados, alejados de la realidad de nuestros dirigentes, cómo deseamos que hayan aprendido de los mensajes del Papa.
Los discursos de una nación son signos de la situación que vive la gente. Un discurso ampuloso y falaz es signos de una brecha entre los pobres y los dirigentes en una situación de desigualdad social y pobreza.
Los discursos que escuchamos de los grandes del poder son inflados, pretenciosos.
Tienen como finalidad imponer la verdad de la élite: todo lo que hacen está muy bien, sus obras son perfectas, lo máximo. Uno de ellos afirmó de los juegos panamericanos de Veracruz que eran los más grandes de toda la historia.
La oratoria está diseñada para presentar las obras públicas como algo perfecto: no hay un resquicio para que se cuele la imperfección, no hay margen de error.
No es un discurso sincero, de hombres que tienen limitaciones y errores, parecen ser de una especie superior que todo lo hace bien, tal vez una especie de mesías.
En la esfera de los poderosos: todo está de lo mejor en el mejor de los mundos, como afirmaba Leibnitz.
Es una visión maniquea, las obras de los hombres en el poder son maravillosas, insuperables, las de la oposición son totalmente malas, sin nada bueno.
En consecuencia, el pueblo sabio, pensante desconfía, de entrada, de los discursos oficiales. Nada se cree, simplemente no se cree.
Los de abajo, expresión de Mariano Azuela, están hartos de los mismos autoelogios, las mismas porras para el partido, la misma adulación para el señor presidente de la república, licenciado Enrique Peña Nieto y las eminencias que lo rodean.
El pueblo crítico, inteligente ve con escepticismo y reserva tales discursos, aun en lo que pueden tener de verdadero.
Por eso nos deleitamos tanto con otro tipo de discursos, los de otro líder de pensamiento venido de otras latitudes.
Empezando por el tono de Francisco, familiar, con cierta intimidad, sin tiples politiqueros.
La presencia del orador, natural, sin poses estudiadas, tiesas, sin aires de grandeza en un hombre que es grande y no deja que le llamen Francisco Primero.
Una presencia de sencillez, respeto a la multitud que escucha, con la mirada y toda la actitud atenta, con el detalle de tomar nota hasta de jóvenes desconocidos.
La intensión de escuchar a las personas, su experiencia, que le ayuda al jefe a tocar la verdad como una roca firme, en la búsqueda de la verdad total del hombre, que es idea y es vida rica de la persona.
El tiene una gran envergadura con un pensamiento, profundo, amplio y ágil, con una retórica experimentada, con un conocimiento del hombre y su psicología.
Francisco, como buen jesuita, ha sido un gran estudioso, no perdido el tiempo en distracciones de enamoradizos o de negocios frívolos.
Lleva una mirada profunda y sabia de las cosas, que se ahonda con el contacto con Dios y su sabiduría infinita y eterna.
Su presencia hermosa y transparente emana de sus virtudes, de su autenticidad, de la verdad sin fingimiento ni pretensiones, de la riqueza interior.
Me decía Silvano en una cena de graduación, antes de ser gobernador: “es que la gente no cree en los políticos”.
Si renovaran su forma de hacer discursos, sencilla, humilde. Si asumieran y nombraran la realidad de claro oscuro, inherente a la condición humana.Si se resistieran a mentir, a pintar mundos color de rosa, a definir la verdad según con soberbia y su conveniencia.
Si ya no pretendieran envolver a la gente para hacerles pasar la verdad oficial, y hacerles creer que hay una raza de superhombres que con su varita mágica producen maravillas, riqueza, armonía.
Poniéndose al nivel de la gente, si no se presentaran como individuos de una especie superior, por el traje y el glamour, elevados en la nube del poder como un aura. Si pusieran al pobre una atención respetuosa, fina, seria, bondadosa.
Ante este fenómeno de los discursos vanos, enfadosos, ¿cuál es el papel del pueblo? Ser sabios, tener dignidad y saber distinguir el grano de la paja. No podemos permitir ser tratados como niños que se chupan el dedo, a quienes se les entretiene con cuentitos y se les engaña con cuentas de vidrio.
Tenemos derecho a discursos despojados de retóricas vanas, a mensajes sencillos y directos. Hay que dar la espalda a los discursos de ocasión, vanos, ampulosos que ensalzan y adulan a líderes de fantasía, falsos, engreídos.
Necesitamos ser personas de la audiencia que se informan, estudian, piensan para no dejarse arrastrar por cualquier viento de doctrina, como espigas agitadas por el viento, capaces del aplauso y la desaprobación.