UGC, el objeto del deseo
AGONIA DE LOS MONTES DE MICHOACAN
Hay problemas graves que no están en la agenda de los políticos ni de los comunicadores. Así el cambio climático debido a la muerte de los árboles.
Escribo estas líneas desde uno de los montes de Michoacán. El dolor es muy real por la muerte de gigantes pinos desahuciados, abatidos por la motosierra. Estoy consternado por la negligencia de los ingenieros, la ignorancia de los obreros. Cuando les he exigido que fumiguen, ellos comentan: “en muchas partes ni fumigan”.
En el discurso oficial, la reforma energética es un logro histórico, que hace que México toque las estrellas.
El lenguaje es triunfalista, fantasioso, sin sentido crítico, ignora la condición humana de limitaciones.
El petróleo es una realidad que debe considerarse con matices, una situación ambivalente y ambigua.
No es una tecnología limpia. Hay países que tienen una búsqueda muy avanzada en otros combustibles.
No nos han informado el monto de las reservas probadas. Es vender la piel del oso antes de cazarlo.
Las grandes empresas son más poderosas que los estados y hacen lo que les da la gana. Extranjeros vienen a hacer negocios con nuestros recursos, nos dejan el papel de limpiar vidrios y vender cicles.
Toda la atención está centrada en la energía y se descuidan problemas prioritarios y fundamentales.
Así, el grado de corrupción y descomposición social es grave, hondo, extendido, inimaginable.
Una pequeña prueba la tenemos en la muerte de los montes.
Los pinos, que son fábricas de agua se mueren, la plaga del gusano barrenador está en todas partes.
La burocracia es complicada, lenta, insensible.
El saneamiento se hace con una torpeza absoluta, con irresponsabilidad de los que tienen el poder y, supuestamente, la técnica.
Comentan algunos trabajadores que en muchas partes no fumigan. Los ingenieros sólo marcan los árboles y llenan los formatos y cobran, sin ninguna prisa ni interés por los árboles.
Atizan al fuego del calor y del cambio climático. Las lluvias se escasean. Aunque haya ciclón, las nubes no bajan por la falta de árboles y no llueve.
Por dondequiera vemos pinos color naranja, infectados de la plaga, montes deforestados.
Y las consecuencias: lagos que se secan, donde Janitzio casi deja de ser isla, veneros agotados, sequía, cambio climático.
Es una responsabilidad histórica del pueblo guiado por su gobierno asumir el problema.
La clase gobernante debe estar en los problemas vitales, no distraerse en actos espectaculares, protegiendo cuotas de poder o caudal político, deben estar poe encima de los procesos electorales.
Es difícil con hombres corruptos que no tienen ni la visión, tienen ojos y no ven, ni tienen la sensibilidad, sólo les interesa el bien de su partido y de su persona.
¿Cómo hacer entender que hace falta la reforma moral? Hay que reformar primero a los mexicanos para que usen sabia y justamente de las riquezas del país como el petróleo.
En la sabiduría del más grande de los maestros, sabiduría increada, todo aparece con toda nitidez y certeza.
El vino a reformar al hombre para crear un mundo nuevo sin los vicios ni lacras de su pueblo guiado por autoridades corruptas que se engordaban a sí mismos.
Su primer grito de misión es una voz que clama en el desierto de multitudes individualistas enconchadas en la burbuja de su felicidad, placer, consumo.
Lo primero que hace el Maestro es invitar a la conversión: arrepiéntanse, dejen sus mañas, su “colmillo”, su mentira ambiciones y crean en la buena noticia para las multitudes, empezando por los pobres, los humildes, los que no son del círculo privilegiado. Trabajen por un futuro de dignidad y bienestar.
Hay que volver a la herencia de espiritualidad y humanismo que ha sido barrida por los liberalismos y positivismos, por una tecnología asombrosa y eficiente que ha traído riqueza y bienestar para el cuerpo sin progreso moral.
Hay que recordar al hombre los principios, conductas que, por lo demás, son legado del mismo Maestro. Hay que recuperar la vergüenza ante el cinismo, la honestidad, el desprendimiento de los bienes perecederos como la riqueza, la gloria, el aplauso, un lugar en la historia. La pasión por esos bienes crea a veces monstruos cínicos, ridículos.
La tradición católico-occidental profesa que el Creador hizo al hombre señor de la creación, su servidor, administrador. Hay que entender y recuperar esa tarea.
Es tiempo de renovar la fe, los ideales, la capacidad de heroísmo y sacrificio tan incomprendidos y despreciados en los tiempos de la posmodernidad y de la hipermodernidad.
Es tiempo de liberar las energías limpias, indómitas del hombre creado a imagen de Dios.
El hombre, como destello divino, tiene el poder absoluto de vencer el pecado y la corrupción enorme y arraigada, de renovarse a sí mismo para redimir el mundo y traer la era de la justicia y la paz.
Hay que vencer sus propias inercias, morir a sí mismo, a su egoísmo hedonista, cobarde y convenenciero que hace hombres “fresa”. Hay que entregarlo todo, comodidad, riquezas y hasta la vida. Así se podrá crear el hombre nuevo que con su sacrificio trae el progreso sustentable, la armonía con la creación y con las multitudes de pobres.