Desde mediados de los años ochenta, en Brasil no se habían visto protestas como las que hoy día acontecen. Jornadas en las que se han contabilizado ya millones de brasileños que salen a las calles a protestar por las alzas al transporte publico, por la deficiente infraestructura educativa y la mala calidad de la educación, por los paupérrimos servicios públicos de salud y por las enormes dimensiones del mal que compartimos todos los latinoamericanos, la corrupción.

Una realidad que históricamente ese país carga consigo pero que hoy se vuelve objeto de protesta en el marco de los gastos multimillonarios que llevado a cabo el gobierno brasileño con la finalidad de auspiciar los dos eventos deportivos más importantes a nivel mundial: el Mundial de Futbol Brasil 2014 y las Olimpiadas de Río de Janeiro 2016.

Se ha comprobado que eventos de magnitudes como mundiales de futbol u olimpiadas no llevan a los países que los organizan caudales de inversión extranjera, más allá de la que comúnmente atraen; ni tampoco aumentan significativamente el turismo de manera permanente una vez que terminan los eventos; asimismo, suele suceder, la infraestructura que se construye para este tipo de eventos tiende a convertirse en elefantes blancos al nunca volver a utilizarse a su máxima capacidad en todos los ámbitos. Todo esto se ha comprobado con Grecia, Sudáfrica, e Inglaterra.

Solamente para la organización del mundial de futbol se estima que el costo para su organización se ha disparado a los 35 mil millones de dólares a lo que debería sumársele el costo de la organización de las olimpiadas que debería alcanzar, por lo menos, una cifra igual. Comparando, el principal gasto que realiza nuestro país, México, en materia de servicios públicos es en educación. México gasta algo así como 250 mil millones de pesos anuales que equivaldrían al tipo de cambio actual a más o menos 19 mil millones de dólares. Esto quiere decir que entre el mundial y las olimpiadas, los brasileños habrán gastado el equivalente a casi 4 veces el presupuesto en educación de México.

Sostienen las organizaciones que participan en las protestas en Brasil que la mayoría de esta inversión proviene de dinero y deuda pública, y apelan a lo acontecido en Grecia, que en la actualidad atraviesa por peor crisis de deuda que país alguno del orbe haya vivido, que cuando organizó las olimpiadas en 2004 lo hizo a base de contratación de deuda pública, lo que se convirtió en la primera fase de la bola de nieve que habría de sepultar la economía de ese país siete años después.

Al día de hoy se contabilizan 5 personas muertas que se suman a la cadena de saqueos, incendios, enfrentamientos y cientos de heridos durante las protestas en Brasil, y en el horizonte no se advierte con claridad cuándo pueden llegar éstas a su fin.

México ya vivió la experiencia de auspiciar olimpiadas y mundial de futbol de manera consecutiva. Las primeras en 1968 y el segundo en 1970. Pero, ¿qué nos quedó como remembranza de aquellos dos eventos? Bueno, por una parte, el gasto irracional que el populista gobierno mexicano realizó para financiar ambos eventos y, por otra parte, el autoritarismo con el que reprimió las protestas de jóvenes mexicanos unos cuantos meses antes de que comenzaran las olimpiadas de 1968.

México debe aprender de su pasado y de lo que está sucediendo en Brasil, principalmente por dos vías: por una parte, continuar en el entendido que la deuda no es la solución para financiar acciones populistas de los gobiernos (algo que no han entendido los gobernadores priistas, por ejemplo); y, por otra, que nuestro país tiene una gran deuda con los jóvenes en materia de empleo y de educación. Tal como parece que van las cosas con el gobierno en turno, no se ve en el horizonte de éste o en su agenda políticas públicas para atender de manera puntual la problemática de los “ninis”. Caldo de cultivo para quienes apuestan a la protesta violenta y la desestabilización.