La marea social
Las palabras definen y el nombre que damos a las cosas puede dotarlas o quitarles cualquier contenido valorativo.
Si uso la palabra genocidio se piensa en el acto criminal que masacra a multitudes de personas humanas cuya muerte pretende justificarse con argumentos raciales, étnicos o políticos. Si hablo de exterminio se pensará en una plaga perjudicial para el humano y su entorno. Si hablo de control, ineludiblemente hay una referencia positiva que mira hacia el orden de cierto entorno o situación.
Pero me pregunto ¿Cómo puede llamarse a la matanza indiscriminada de seres vivos cuyo único crimen, como especie, es existir?
Seguramente la respuesta pragmática y acomodaticia será: depende.
Y dependerá de si esos seres vivos son humanos, entonces las voces se alzarán y se llamará criminales a quienes cometieran tan infame acto.
Y si se trata de animales no humanos, también dependerá. Si son animales con un alto valor económico, cuyo aprovechamiento reditúe un beneficio pecuniario a sus “dueños” entonces se llamará daño en las cosas y perjuicio, y quien cometa este acto deberá resarcir los perjuicios y pagar los beneficios privados.
Pero si los muertos son un buen número de perros, no de raza fina, ni campeones de concursos de belleza o inteligencia, ni galgos corredores de carreras, sino una banda de flacos y hambrientos callejeros ¿Cómo se llamaría a eso?
Pues en el caso de la matanza en la Isla de Janitzio se le llama “control canino”. Sí, los perros como plaga que se debe exterminar porque son molestos y causan mala impresión al turista y deben eliminarse del bello paisaje rural.
Mi postura ética es clara: nada justifica esta matanza indiscriminada, usando un mecanismo cruel y torturante como el envenenamiento.
Por otro lado, mi postura jurídica está dada por la normatividad que nos rige en la materia. La NOM-033-ZOO-1995, sobre sacrificio humanitario de los animales domésticos y silvestres que en su apartado 6, indica el trato humanitario para el sacrificio de los animales de compañía, incluidos aquellos recogidos de la vía pública. El subíndice 6.1. refiere al sacrificio de perros y gatos estableciendo que los únicos medios autorizados para sacrificar a estas especies son la electrosensibilización (excepcionando a los cachorros de menos de 4 meses de edad) y la sobredosis de barbitúricos vía intravenosa o cualquier otro anestésico fijo que produzca primero inconsciencia y después paro respiratorio y cardíaco hasta la muerte del animal sin causarle angustia, convulsiones o cualquier otro sufrimiento. En el caso de los cachorros menores de cuatro meses y gatos, el único método autorizado será la sobredosis de barbitúricos por vía intracardiaca, previa tranquilización profunda en todos los casos.
Por lo que se refiere al sacrificio humanitario de perros y gatos recogidos en la vía pública, esta Norma Oficial señala que después de haber cumplido con un periodo de observación en centros de acopio o control canino, será efectuado con métodos autorizados y bajo la supervisión del médico veterinario responsable del centro.
La matanza de Janitzio es, por todo lo ya expuesto, éticamente reprobable y jurídicamente sancionable. ¿Quién ordenó condenar a los perros, los gatos y toda la fauna callejera de la Isla a morir de manera tan cruenta e ilegal?
Después de que la noticia comenzara a circular en los medios de comunicación se desató una oleada de descalificaciones y acusaciones cruzadas. Las autoridades correspondientes pasaron de negar el hecho a justificarlo como un control de roedores, cuyo daño colateral, fue la muerte de los cánidos. Pero ¿qué hubiera sucedido si el daño colateral hubiera sido la muerte de un ser humano?
Aquél que sembró el envenenado manjar en la vía pública desatendió el riesgo potencial para la integridad humana, violentó las normas jurídicas que protegen a los animales no humanos de tener una muerte violenta o torturante, pero lo más importante es que ignoró el principio ético que nos obliga a tratar a todos los animales con dignidad, aún a aquéllos que están en la calle, enfermos, malolientes y pulgosos.
Nuestra sociedad debe dejar de ver a los animales callejeros como una plaga que se debe controlar o exterminar. Son seres con plena capacidad de sentir y como tales merecen un trato digno. Debemos adoptar la cultura de la esterilización y de la tenencia responsable.
Si hay perros y gatos en la calle es resultado del abandono de los humanos que alguna vez los criaron.
Rescatar, vacunar y esterilizar son los pasos realmente efectivos para controlar el innegable problema que representa la proliferación de la fauna canina y felina en las vías públicas. No es organizando “escuadrones de la muerte” como se soluciona este tema de raíz, esto es solamente un paliativo doloroso para los ejecutados y doloroso para una sociedad que no puede aprender a tratar a los animales no humanos con la dignidad y el respeto que merecen.