JACONA, Mich., 5de mayo de 2015.- Yo compré la casa a las sobrinas de uno que fue gobernador de Michoacán y me la dieron fiada, a pesar de que los Legionarios de Cristo pagaban más y de contado a través de Maura Degollado Guízar, sobrina de San Rafael Guízar y Valencia, explica a Quadratín el señor Francisco Javier Romero Valencia, habitante y dueño del hogar que vio nacer al primer obispo hispanoamericano canonizado por la Iglesia Católica.

Postrado más por el peso de sus 87 años que por alguna enfermedad, don Francisco Javier asegura que en la casa “se siente aún el espíritu de San Rafael. Muchas personas nos han expresado eso, que llegan aquí y sienten la tranquilidad y el silencio, y se van muy tranquilas”.

La casa fue construida antes de 1850 por don Prudencio Guízar, padre de San Rafael, pero parece nueva. De su edad sólo dan cuenta el señor Romero, así como un pino doblemente centenario de casi 30 metros de altura al que acompaña una magnífica magnolia de similar estatura en el patio central, con su tronco cubierto hasta el suelo por una exuberante enredadera.

De un solo piso, a la usanza de las construcciones más tradicionales de Cotija, la familia de Francisco Javier Romero mantiene aún en perfecto estado el cuarto en el que nació San Rafael en 1878, el patio central y su fuente centenaria.

“Después de tanto tiempo mire la casa qué construcción tiene,  observe la arquería, la fuente…Estos árboles fueron plantados por el papá de San Rafael”, recuerda don Francisco Javier.

“El constructor de la casa fue un discípulo del arquitecto Francisco Eduardo Tresguerras –entre cuyas obras destaca la Iglesia de El Carmen, en Celaya, que le valió el título de arquitecto por la Escuela de San Carlos sin haber cursado la carrera- que se apellidaba Yerena y construyó el templo y hasta el portal porque los arcos son los mismos nada más que los portales tienen dos arcos más que aquí que tiene 14”, observa el dueño del histórico inmueble.

“El padre de San Rafael, don Prudencio Guízar, era un hombre inmensamente rico, en aquel tiempo tenía cinco haciendas que hoy son poblados, entre ellas San Diego, en Jalisco, Ayumba, Magdalena y alguna otra cuyo nombre no recuerdo”, dice a Quadratín para ilustrar la magnitud de su riqueza.

Con lo que no contaba don Prudencio, es que su hijo Rafael decidió empeñar una buena cantidad de las propiedades de su padre, nada más tener dinero que regalar a los más pobres, señala el anciano.

Así, la casa terminó “empeñada con un señor al que le decían El Vaquerillo y vivía en Guadalajara. Al morir él, la heredan las sobrinas de uno que fue gobernador de Michoacán que se llamó José María Mendoza Pardo”.

“Cuando ya me la vendían, yo me estaba yendo a Guadalajara para que mis hijas estudiaran. Entonces ya les hablé yo para que me la fiaran porque entonces se vino la devaluación, y aceptaron fiármela”, concluye el propietario y custodio de la casa de  San Rafael, sin dejar de acariciar una pesada cruz de plata que, asegura, portaba el santo varón en su pecho como protección.