Mantiene Compesca canales de navegación en el lago de Pátzcuaro
MORELIA, Mich., 5 de octubre de 2015.- Las campanas repicaron desde muy temprana hora, como cada domingo, aunque esta vez fue distinto. El poblado de La Mintzita despertaba un día más pero con el júbilo de fiesta, de alegría, de fervor y de unión. Se trataba de su conmemoración por un año más de fundada.
Rodeada de amplios cuerpos acuosos que persisten pese a la explotación humana, así como de vastos campos florecientes con vegetación, otros con el verde de las milpas y unos más mostrando el color de la tierra fértil. Con este paisaje los lugareños afinaban los detalles de la celebración.
Desde las 6:00 horas, luego del canto de los gallos, las luces en las viviendas comenzaron a iluminar el aún oscuro y frío amanecer; enfundadas en sus rebozos las mujeres mayores se dirigían al calor del templo de San Francisco de Asís, patrono del pueblo y en honor a quien se efectuaría este evento esperado por los lugareños.
Con los ojos aún hinchados por la desmañanada, algunos menores se alistaban con su ropa nueva comprada para la ocasión, su primera comunión o bautizo; así iban a paso lento y en ratos apurados, seguidos por sus padres y padrinos que cargaban los sirios, velas y rosarios propios de estos sacramentos.
Así transcurrió la mañana, luego de escuchar el sermón de la misa matutina y hacer lo posible por no quedarse dormido a mitad del discurso, mezclado con el llanto de los infantes enfadados por los abrazos de extraños y no de sus madres. Cuando finalmente terminó todos se dirigieron pomposos a sus respectivas casas.
El sonido de la música de viento se escuchaba casi en cada hogar; otros optaban por la banda, los corridos, norteñas o incluso pop, pero todo a un elevado volumen que retumbaba en los cristales de las viviendas acompañado por los coros desentonados pero con mucho sentimiento, de los moradores que sabían que este domingo era día de fiesta.
En la plaza principal ya se observaban coloridos los juegos mecánicos entre asfalto y tierra que contrastaban con las polvosas lonas desgastadas y descoloridas por el sol, pese a ello, no perdieron el encanto para los niños que desde temprana hora querían trepar al carrusel o brincar en las llamadas camas elásticas.
La hora de la comida llegó, motivo esperado por los propios y extraños, lugareños y visitantes; el menú, variado, pero sin perder el toque tradicional del mole, las corundas, arroz y salsas diversas, carne, frijoles y las tortillas cocidas al calor de la leña o en su defecto, “de máquina”, pero que mitigan por igual el hambre.
Todo en medio de la ensordecedora música que tocaban en estéreo, grabadora, el coche o los más “pudientes”, con rockola y karaoke, con el que todos sacaron sus dotes de cantante que a pocos gustaban pero que perdonaban solo porque era día de fiesta y todo se permitía.
El sol que por ratos se asomó finamente se ocultó y llegó así la noche. De esta manera lucían con mayor esplendor las luces de los juegos mecánicos y del escenario que ya se había montado desde temprana hora y que amenizaría el festejo nocturno de los habitantes.
“Como si fuera manda”, decían algunas señoras a su paso por las diferentes tiendas de abarrotes y venta de alcohol a quienes bebían cerveza “güera o negra” con una velocidad que daba gusto. Este día fue bueno en cuanto a ventas de bebidas embriagantes, más que de pan y leche. “Muchos días de estos”, decían los tenderos.
Pese a la amenaza de lluvia, esto no mermó los ánimos de los presentes, quienes se emocionaban al son de los zapateados y baile norteño que comenzaba a tocar la banda que este año tocó para los ciudadanos diversas piezas “movidas”, y otras no tanto.
Cerca de la medianoche llegó el esperado encendido del castillo, con retraso, pero bien recibido por las personas que sacaron sus teléfonos celulares para capturar el momento; no faltaron tampoco las famosas ‘selfies’ de amigos, novios y uno que otro colado. Así transcurrió el domingo, día de fiesta, que cerró con música y baile y entre las promesas de mejorarlo para el próximo año, a salud de los que cooperan y de aquellos que ya no están pero que siguen vivos en la memoria colectiva del pueblo.
La noche, las luces, los colores, las risas, el llanto, el humo, los sombreros, las faldas, las botas, zapatillas, dulces, pinturas; todo englobado en cada uno de los asistentes, hombres, mujeres, niños, adultos mayores, y algunas mascotas disfrutaron por igual este festejo que cada 4 de octubre une a los lugareños de La Mintzita, un pueblo que mantiene vivo este festejo ante las adversidades y que no se deja vencer por las carencias.