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MORELIA, Mich., 21 de noviembre de 2015.- El Centro Histórico de la ciudad estaba lleno de vida a pesar de la lluvia y el frío. El Teatro Ocampo era un ir y venir de almas. Llegó la tercera llamada barriendo a los últimos que llegaban; el concierto del Festival de Música de Morelia estaba por iniciar.
La Orquesta Sinfónica del Estado de Michoacán (Osidem) daba la pausa para inundar la sala con acordes invisibles y acústicos. Como el programa de mano lo marcaba, la noche vendría con Obertura para un Festival Académico de Brahms.
Cuauhtémoc Rivera apareció tras la obra de Brahms así, solo, en su papel de solista. El público le aplaudió, y él correspondió el gesto con una sonrisa. Acto seguido tomó a Adriano, el violín de color oscuro, tostado por el sol de Portugal, lo fundió a él, y deleitó a la sala, junto con la Osidem, con el Concierto para violín y orquesta en Re mayor op. 35, de Tchaikovsky.
Desde los sillones del público se veía la danza de los instrumentos; los arcos de los primeros y segundos violines subían y bajaban como marea, a veces intempestivos, otras más con suavidad, pero siempre coordinados; un tono cargado de melancolía, fuerte y evocador, se desprendía de la sección de violonchelos; y los alientos quitaban aliento y lo devolvían una y otra vez. Por más de media hora se orquestó la belleza.
A término de la primera parte, el solista se despidió entre aplausos de pie que le brindaba el público, recibió un presente de flores, y salió del escenario. Como la multitud seguía aplaudiendo, regresó sólo para reconocerla.
Cuauhtémoc Rivera es uno de los más destacados violinistas en el país, ya ha tocado como solista con las orquestas de casi toda la geografía mexicana, incluyendo algunas más de otros países. Acostumbrado a todo tipo de escenarios, ha tocado hasta en plataformas petroleras.
Ya en el camerino, Cuauhtémoc luce satisfecho y cansado, lo acompaña su hijo David, quien también comparte la pasión por el violín. Se acerca al estuche del instrumento, y muestra a Adriano, creación de la lauderamoreliana Itzel Ávila, quien además fue su alumna de violín.
El violinista cuenta que Itzel estuvo el la Escuela Nacional de Música, hoy Facultad de Música, que se graduó con mención honorífica, que hizo un excelente examen. Aplicada y concentrada como violinista, hizo grande avances. Después tomó el camino de la laudería en forma, y estando él como director de la Superior de Música, ella les hacía exposiciones de sus instrumentos. Rivera fue siguiendo su trabajo, hasta que un buen día se preguntó, ¿por qué no encargarle uno? “Lo hablamos, se lo propuse y ella se entusiasmó mucho” dice el solista, mientras de fondo se escucha a la Osidem tocando, siguiendo con el programa.
Rivera prosigue su relato. Cuenta que mientras Itzel le hacía su violín, le prestó a Adriano, el portugués. Un violín nuevo que fue aflojando poco a poco, soltando su sonido, abriéndose.
De Adriano, el músico dice que es un instrumento generoso, fácil de tocar, todo en él está muy bien ordenado. Cuenta que le fue gustando cada vez más, y que en una ocasión tuvo un problema con unas despegaduras, por la variación de clima. Afortunadamente Itzel lo puso en contacto con una colega, Claudia Reynoso, quien de inmediato identificó las despegaduras, lo reparó, y el violín creció muchísimo.
Dijo sentirse contento. Explicó que ha estado al tanto del proceso de creación del nuevo violín, que mantienen comunicación y que ella se está esmerando en los detalles, “estoy emocionado, me manda fotografías, está hermoso” dice y sonríe.
Tocan la puerta, le avisan que los medios lo esperan para una entrevista. Se prepara, guarda a Adriano y confiesa que no tiene claro qué pasará en diciembre. Dice que David, su hijo, también seguirá sus pasos, y lo mira cómplice. David sonríe y se adivina el parecido con su padre. Cuauhtémoc deja abierta la posibilidad, quizá muy cercana, de quedarse con los dos violines, uno con él y el otro con su hijo.