Michoacán, sin rumbo ni estrategia, revira Yankel Benítez
MORELIA, Mich., 28 de abril de 2016.- Toman un descanso; orillan la vieja camioneta Chevrolet roja y uno de ellos va hacia una tienda. Otro se queda viendo en lontananza. Parece triste. Sólo regresa de sus cavilaciones cuando me acerco y le digo que su compañero, el que está en la tienda, me mandó con él, “es que tiene más experiencia, más años”.
Está sentado sobre una redila de madera de la Chevrolet, con una bota sobre la basura y la otra hundida en ella. Lleva un sombrero a lo “Indiana Jones”. Tiene la piel curtida por el sol y los ojos claros, un bigote ralo que parece una burla. Se llama José Rangel y dice que tiene trabajando como recolector de basura un año. No parece mucho tiempo en el gremio, nada de lo que me dijo su compañero, pero al completar su frase, me doy cuenta que un día sería demasiado: “un año recogiendo porquería”.
Su trabajo empieza a las nueve de la mañana y termina a las cuatro de la tarde, de lunes a sábado. En ese año que lleva trabajando le va “mas o menos”, sale para mantener apenas a la familia. Nunca se ha encontrado algo interesante, algún tesoro,“aquí pura friega y porquería, la verdad”. Cuenta que dejan toda la carga en el relleno sanitario, y una máquina baja la basura, “y se tarda a según ‘haiga’ de camionetas para descargar, eso se tarda uno”, me dice arqueando los ojos por el sol, parece más triste.
“Los días más difíciles son los lunes, pero ya a media semana baja poquito la presión”, platica José limpiándose el sudor; el sol no da tregua. “A veces ni nos avisan y ahí los echan” dice en referencia a cadáveres de perros y de gatos que en ocasiones aparecen, pero no ha encontrado algo peor que eso, “nada más la porquería normal”, reitera y se le nota que no le gusta lo que hace, y a quién. “Unos sí le gusta y ya se saben mover bien para sacar algo extra…sí, dinero” me explica.
“Diosito es el único que nos cuida”, suelta la frase. No usan guantes al recoger la basura. Le preguntó algo que parece obvio: “¿tienes miedo de enfermarte?” “Sí… y qué me gano, hay que entrarle de todos modos, no se puede trabajar con los guantes, se resbalan mucho con las bolsas y hay que abrirlas para sacar el material y ese es el detalle”, me contesta más con resignación que con molestia. Explica que comprarlos no es el problema sino trabajar con ellos, “nomás evito tocarme la cara, los ojos o la boca”. Dice que también la gente avienta los vidrios “así nomás” y suelen cortarse las manos.
A sus 51 añostiene un hijo que ya trabaja también como recolector. No le gustó que siguiera sus pasos,“ya dejó la escuela, le dije que no me gustaba, pero no quiso estudiar que mejor se iba a trabajar”.
Su compañero, que maneja la vieja Chevrolet, ya lo espera sentado en la banqueta. Se levanta y se sacude el pantalón de mezclilla, se pone una gorra y se sube a la camioneta, la enciende rápidamente y arranca. José se despide sonriendo, se va alejando bajo el sol por una triste calle polvorienta, casi tan triste como él.