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PARÁCUARO, Mich., 23 de enero de 2014.-El Gonzaleño es una de tantas propiedades en la población de Parácuaro que fueron abandonadas por sus ocupantes antes del arribo de los grupos de autodefensa y las fuerzas federales, en este rancho dedicado a la venta de potros, maquila y pensión de yeguas no hay nadie quien informe sobre quién ostenta la propiedad o que resguarde la entrada a la lujosa finca.
En el tramo de la carretera de Uspero al Carrizal, se ubica el rancho al cual se accede por medio de una brecha que tiene una longitud de 300 metros, el camino polvoso culmina en una pequeña pero lujosa casa de un sólo piso, la cual tiene un patio de adoquín, con espacio para más de cinco automotores, la estancia precede a un quiosco que se encuentra rodeado de un jardín.
Una caballeriza con 12 espacios perfectamente acondicionados, un lienzo charro así como un área con forma de círculo, cubierta con arena especial, son una muestra de la pujanza y bonanza de este rancho diseñado para albergar a los equinos más finos.
La pulcritud en la que se encuentran todas áreas pareciera indicar que antes del paso de los grupos de autodefensa por esta región, los moradores del Rancho El Gonzaleño tuvieron el tiempo y el cuidado de sacar a todos los caballos para trasladarlos a otro lugar en donde pudieran seguir creciendo de manera apacible.
Este lugar enclavado en la Tierra Caliente de Michoacán no se divisa desde la carretera y pocos se atreven a entrar porque pareciera que aún sigue habitado, no hay rastros de saqueo, todavía cuelgan en los corrales herramientas y decenas de implementos ganaderos que nadie ya usa y tampoco existe algún ejemplar en las todas las hectáreas del rancho que justifique su presencia.
Las puertas de cedro perfectamente barnizadas, pero abiertas de par en par, revelan los acabados al interior de la casa que a pesar de que se encuentra abandonada conserva la fragancia que despiden los aromatizantes eléctricos que se ubican en la sala del inmueble.
En la habitación principal se ubica una lujosa cama de madera con cuatro columnas que sostiene un pabellón de tela que alcanza cubrir las almudadas, cojines y sabanas que permanecen perfectamente limpias y cuya blancura contrasta con el café y lustre de los muebles.
En las otras dos recamaras, al igual que en la mayor, no ha ninguna prenda que pudiera servir de indicio sobre los gustos, edad o sexo de quienes pernoctaban ahí, todas las cómodas y roperos están vacios y abiertos.
Este rancho, según los grupos de autodefensa que se ubican en Parácuaro, estaba bajo control de miembros de la delincuencia organizada quienes tuvieron que huir ante la ofensiva de los llamados comunitarios y de las fuerzas federales.