MORELIA, Mich., 22 de enero de 2016.- Cuando anunciaba su salida y agradecimiento al presidente, Enrique Peña Nieto, se escuchó como se le quebró la voz. Los hombros, detrás del impecable traje negro, se relajaron. Se le veía un gesto de humildad. El rostro firme, a veces endurecido, también cambió dramáticamente.
Había concluido la era Castillo.
La era de un hombre que amasó en poco más de año todo el poder imaginable en Michoacán.
Era el mediodía del 22 de enero del 2015. Hace exactamente un año.
Ahí, frente a la clase política empresaria, los mandos militares y de seguridad, Alfredo Castillo Cervantes anunciaba su retiro, su salida de la toma de decisiones sobre Michoacán. Fue Osorio Chong, el perfilado a la candidatura presidencial, quien dio decoro a la salida de Castillo, su púgil para Michoacán.
Reconoció que era un hombre a toda prueba, hombre de lealtad instituciones, amigo del presidente, político íntegro, que entregó buenas cuentas a la República.
El sólo cimbró el patio central de Palacio de Gobierno, en medio del murmuradero ante el sorpresivo anuncio.
Castillo había sido vencido por la dinámica preelectoral y el bloque de candidatos al gobierno que exigieron en Bucareli la cabeza del poderoso ex procurador mexiquense.
La razón: no contaminar el desarrollo del proceso electoral.
Seguido aún del fantasma de la niña Paulete, Castillo Cervantes dejaba grande pendientes.
Y hoy, a un año de su salida, ahí está la crisis de Tierra Caliente. La descomposición de la Fuerza Rural, allá, en una tierra son ley, más que la de armas y los huevos de los hombres.
Armó a los civiles, aprovechó la coyontura de las autodefensas y los convirtió en aliados. Aplicó la máxima maquiavélica: el fin justifica los medios. Pero no se midieron las consecuencias. La desintegración del cuestionado G250, grupo armado que estuvo a la caza de La Tuta, El Chayo, Kike Plancarte, El Pantera y otros líderes criminales, se traduce en un problema de armamentísmo, de ilegalidad, inestabilidad y criminalidad. Esos liderazgos quedaron sueltos y son cuestionados, pero al amparo de le ley.
“Michoacán tendrá una policía del primer mundo. Similar a las europeas o incluso, la misma norteamericana”, ofrecía aquí y allá. Era su orgullo, hoy problema institucional del nuevo gobierno.
Al apagafuegos presidencial no se le escatiman ni regatean logros. Alcanzó a recuperar los espacios perdidos; golpeó las estructuras financieras templarías con el espectacular zarpazo a los patios portuarios de Lázaro Cárdenas, desmanteló cuerpos policiacos corruptos en más de la mitad de municipios. Generó un nuevo andamiaje policiaco y echó a la calle a las más tres mil 500 policías desleales que jugaron contra el pueblo y sirvieron a intereses criminales.
Hombre de revancha, protegido con el manto presidencial, Alfredo Castillo metió a la cárcel a un ex gobernador, hombre poderoso y cabeza de grupo: Jesús Reyna García. También al hijo de otro: Rodrigo Vallejo Mora, El Gerber.
Derrocó a Fausto Vallejo tras aquel famoso: “piensan que los michoacanos somos pendejos”.
Fue azote de alcaldes. Los investigó, les persiguió y los encarceló, cual Santa Inquisición.
Un día los abrazaba y al otro los madreaba. Y si no pregunten a Arquímedes Oseguera, el perredista que gobernó Lázaro Cárdenas de la mano de la delincuencia. Caso igual no podría ser con Salma Karrum, la priísta de Pátzcuaro: murió en una cama del penal.
Fue por todas las canicas. Empresarios, políticos, periodistas, delincuentes y hasta a los aliados. No paró, no cesó…no claudicó. Ahí esta Mireles como muestra.
Asfixió las estructuras gubernamentales, las convirtió en un figuras de ornato. Impuso un gobernador y convirtió a Salvador Jara en su títere, dócil y accesible a los ímpetus de la Federación, también impuso un gobierno paralelo, cuyo trono no compartiría.
Para bien o para mal, Michoacán se convirtió en la prioridad nacional para la administración peñista. Fue emblema del peñismo. Una visita por mes al deteriorado estado, promesa presidencial. Toda la carne al asador para recuperar la institucionalidad, la legalidad y el Estado de Derecho. También el tejido social, desmadrado al 100.
Y Castillo tuvo que operar, al costo que fuese, la recuperación de un Michoacán en estado de inanición, canceroso por el crimen y la corrupción; por la violencia y la ineficacia gubernamental que permitió ingresar al crimen organizado hasta la cocina.
La recuperación de Michoacán fue oportuna. Se corría el riesgo de que los grupos de autodefensa se extendieran a otros estados. Se cernía una nueva amenaza a la seguidas nacional y había que abatirla.
A un año de distancia, 12 meses de recuerdos, de rencores, de afrentas políticas.
“A ver si en la Conade no les da balones cuadrados”, parafraseó el rockstar, Hipólito Mora, a manera de despedida.
Good Bye, Good Bye, Alfredo.
Aquí no se te extraña, citan tus detractores políticos.