El libro: su historia y evolución poco contada
TACÁMBARO, Mich., 17 de mayo de 2022.- Con más de 300 piezas en su haber escultórico, Prisciliano Jiménez Zarco sigue empujando el arte de la piedra, por lo que ya prepara el Tercer Simposio Internacional de Escultura en Cantera Gris, desde este balcón de la tierra caliente, donde el fruto de las anteriores ediciones luce espectacular en un pedazo del Área Natural Protegida del Cerro Hueco, donde los artistas visitantes, convinieron en depositar su arte pétreo.
Su respetable trayectoria lo ha llevado a mostrar su talento de piedra en distintos foros internacionales de Japón, Eslovaquia, Francia, Serbia, España y otros, así como en diversos escaparates nacionales, siempre con obras inevitablemente perdurables, con las que recrea lo que estima que es la inasible naturaleza humana.
Formado en la Universidad Veracruzana, especializado en Bratislava, Eslovaquia y en Belgrado, Serbia, el artista del cincel se reconoce purépecha, por herencia cultural y por derecho, por eso su predilección por los materiales volcánicos, el paisaje rural y esa cultura que nació entre volcanes y volcada al fuego.
En la escultura ha encontrado una forma de entenderse así mismo, un reflejo de lo que ha sido su forma, su símbolo, su manera de firmar el espacio, su interpretación del mundo con la que transforma la textura rocosa.
De esos cientos de piezas, entre ensayos, simples ejercicios u obra de exposición, desde pequeñas hasta el gran formato, si tuviera que elegir las que arrancaron más hebras de su propia existencia, no tiene duda en poner por delante al metate que talló hace algunos años para uno de los festivales de arte de la tierra, convocado al pie del Paricutín, el joven de lava que sigue humeando. En ese artefacto, cada vez menos común en las cocinas de su memoria, el artista se reencontró así mismo, después de su larga estancia en Eslovaquia, en donde se especializó al cuidado del escultor Jozef Jankovič.
El artificio de molienda fue en respuesta a un sueño donde sus antepasados le pedían que no olvidara su origen volcánico. Terminado el festival, con su piedra tallada a cuestas, subió a rendirle homenaje al volcán hasta su cráter, y tributo a su raíz purépecha; y aunque enseguida le llegó una invitación para exponer su pieza en España, con la que llegó hasta Santiago de Compostela, ya sabía desde antes de esa nueva aventura europea, que fuera por donde fuera que lo llevara el rodar del mundo, su tierra de café y aguacate, de ríos y arquitectura de madera y teja, de adobe y flores, lo esperaría de regreso.
Años después, con la misma pieza, se le abrió escenario en Kobe, el puerto más grande de Japón, un crisol de culturas, donde hay templos de todas las religiones. Allí llevó piedra y maíz, en esa idea del arte acción, y terminó echando tortillas y compartiendo la mesa con bocas alimentadas por otras tradiciones gastronómicas.
Otra obra singular del escultor, es el huarache rodante, un patín que confeccionó en Francia, después de haber ganado un concurso para realizar obra de gran formato. Mientras trabajaba, lo visitaba una niña, hija del conserje del inmueble donde esculpía, y como siempre llegaba en patines, le despertó la chispa para montar en sus huaraches tacambarenses, unas ruedas que le permitieron fusionar dos miradas del mundo. Resultó una pieza muy gustada, nos dice.
PULIR LA NATURALEZA HUMANA
El arte de la escultura descansa en saber encontrar y darle respeto a la vocación de cada piedra. A las canteras suaves, por ejemplo, se les puede hasta lijar; las grises son más resistentes, pueden montarse donde sea, para la eternidad. El resto es picar, tallar, pulir, dar forma. Cada pieza es como un viaje, una recreación de algunas zonas de la naturaleza humana, a veces sombría y destructiva, a veces lúcida, creativa.
Prisciliano cree que la complejidad humana se expresa en esa lucha constante entre el generar y construir, y la cara destructiva y voraz. Opina incluso en que hoy se vive, regionalmente, en “la cultura voraz del aguacate”, dice, siendo él también aguacatero, heredero de una tradición agrícola familiar, por lo que se deslinda de esos “nuevos aguacateros, cegados por el dinero; personas que no conocen su tierra ni a sus trabajadores, porque sus proyecciones son solo números, dinero… son los que deciden depredar cientos de hectáreas, y eso es como una enfermedad. Cuando uno trabaja la tierra, la agricultura, y le tienes amor, aprendes a equilibrar…”, señala para ilustrar esa tensión creativo-destructiva.
Ahora mismo prepara una exposición que se distinguirá por una pieza de un paisaje volcánico, interactivo; un mapa tridimensional donde el espectador podrá adicionar pinos, aguacates o lo que quiera, según como desee ver su territorio. La geografía, la orografía, el sustrato, permanece, pero culturalmente se construye o se destruye, por eso, quiere ver cómo se proyectan las nuevas generaciones. La exposición estará en Morelia hacia la recta final de año.
Activista cultural, promotor del juego de pelota purépecha, promotor de las riquezas naturales y culturales de Tacámbaro, a Jiménez Zarco le preocupa la volátil identidad de los jóvenes que desconocen de dónde vienen, “tal vez porque tienen todo, Tacámbaro tiene una riqueza contextual abundante, no solo en lo económico, sino en belleza, agua, suelos, paisajes, vegetación, aves, cultura, mitología…”, esa abundancia tal vez llega a bloquear una parte del ser, nubla lo que uno es, adormece, lo encapsula en una burbuja.
Su activismo cultural lo llevó a asomarse a la política, y actualmente es regidor, pero esa es ya, otra historia.