Participan 40 comunidades en Desfile de Artesanos en Uruapan
URUAPAN, Mich., 9 de abril de 2022.- Con singular toque festivo se desarrolló el Desfile de Artesanos, con artífices de más de cuarenta comunidades, principalmente del pueblo purépecha, quienes mantendrán hasta el día 24 del presente mes, el ya tradicional tianguis para el que se buscará una declaratoria como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Al frente se ha puesto, una vez más, esa creciente nata de funcionarios floreados, que mejor debió aprovechar la mañana para revisar y relanzar verdaderas políticas que den viabilidad a este sector del que dependen cientos de familias michoacanas. Como se sabe, los artesanos carecen de opciones de mercado, esquemas de financiamiento, capacitación y materias primas accesibles, mientras que persiste su desorganización, entre otros problemas, pero las señoras y señores floreados prefieren su ridícula bailadera en la punta de un desfile al que afean y desnaturalizan.
Detrás de los floreados marchan hombres y mujeres de barro, cobre y madera. Van paso a paso, baile y baile, al son de bandas y orquestas de una de las culturas más musicales del mundo. Bordan y presumen sus textiles, tornean y martillan su madera; entintan sus cintos y chamarras de piel, mientras transcurren por una de las avenidas más notables de este pueblo bañado por el río Cupatitzio, ante el aplauso continuo de un público cada vez más ávido de sus creaciones y presencia.
Exhibiendo secretos de su oficio, orfebres de Santa Clara lanzan sincronizados marrazos contra el rojo ardiente del metal, encabezados por el ícono literario Pito Pérez, con su mala facha de empedernido y dicharachero alcohólico, el que abraza a su pecho a la huesuda, con la que se habla de tú. Personaje célebre de la obra de José Rubén Romero, en la que lo hace decir, en su Vida Inútil… que hereda a los pobres, “por cobardes, mi desprecio, porque no se alzan y lo toman todo en un arranque de justica”.
Manjar sincrético
Se trata de un manjar sincrético de símbolos. Eso es desfile y tianguis artesanal. Cristo y el diablo esculpidos en madera. Baleros, trompos y títeres, como juguetes viejos que se resisten al tiempo; quijotes petrificados en sus épicas batallas. Mestizaje en la estética y la técnica, para donde quiera que el ojo mire: alfarería de Cocucho de dimensiones imprudentes; juguetes que divertían niños antiguos, y que hoy tienen de destino los museos. Máscaras de hombres barbados y demoniacos que, siglos atrás, en tiempos de Colonia, amenazaban con castigar a quienes no abrazaran sin chistar el evangelio.
Los artesanos acuden con cierta humildad y orgullo a esta celebración comercial, pensando en algunos pesos para apuntalar las siembras que ya empezaron en las zonas altas. Es la oportunidad que no pueden dejar pasar tras la oleada pandémica, aunque al final rematen todo, a pesar de los días y más días en los hornos, el tejido, el bordado, la recolección de chúspata o leña. Y es que éste ya no es negocio. El plástico, el unicel y otros desechables continúan invadiéndolo todo.
El programa del tianguis es amplio. Incluye artesanía, danza, música, concursos, cocina regional y fervor religioso; así como el bello canto de Lila Down, más otros placeres que ignoran las recomendaciones sanitarias de no llevar niños o personas de la tercera edad, o guardar prudente distancia, en una suerte de prueba colectiva de que la pandemia ha sido vencida.
No podían faltar, como nunca han faltado, los barrios originales de la refundación de Uruapan, los que han vivido la tradición con terquedad, hasta que lograron afianzarla en el imaginario de la ciudad viva de hoy.
Venidos pues de las subregiones purépechas de la Sierra, el Lago, la Cañada de los Once Pueblos y la Ciénega de Zacapu, junto a pequeñas representaciones mazahuas y otomíes, y uno que otro colado revendedor, los artesanos esperan al respetable con su más de un millón de piezas, en el escaparate comercial heredero de siglos y siglos en este cruce de caminos que, para el bien y el mal, ha sido Uruapan.