MORELIA, Mich., 15 de septiembre de 2020.- A Rosario Vera le llena de orgullo ser cocinera tradicional, llevar en alto la comida mexicana, y llevar en alto la comida michoacana. Entrevistada por Quadratín, señala que “hay de todo”, al preguntarle si los propios michoacanos valoran esta comida.

“Hay personas que no conocen la masa azul, y ellos dicen que no quieren tortillas de esas. En cambio, otras personas luego luego dicen: ‘¡aquí hay tortillas azules!’ y se van con eso”, cuenta desde la intimidad de su cocina, mientras se sienta en una silla para la entrevista.

Relata que en el último concurso que participó, metió corundas de masa azul y las personas le preguntaban que si las había pintado o que si así eran. Sin embargo, también se lo preguntó una persona miembro del jurado, le extraño que esta persona desconociera esto y le dijo, “tú debes de saber”, y la invitó que le hiciera una prueba a la corunda para que supiera si estaba pintada o no.

Se le hace una prueba a la masa, dice, con limón, “y se sabe si es pintura o si es auténtico maíz azul, pero sí hay mucha gente que no conoce, pero ya que lo prueba, es otra cosa”, asegura.

Si vamos a otras regiones, cuenta, a las personas ‘les cae de raro’ muchos platillos de la región Centro pero hay de todo, reitera.

Suspirando, señala que le gustaría que se promoviera más la gastronomía michoacana, que no se pierda, que los padres se preocupen por enseñarles a los hijos esta comida; “además es más sana que otras comidas empacadas…no sé, pero sí es más sana nuestra alimentación todavía aquí en el pueblo… y rica, muy rica”, asegura.

Ella asegura que les ha enseñado a cocinar a sus tres únicas hijas; “hay una que me dice que ella quiere tener toda su cocina y todos sus condimentos así como nosotros, y dice: ‘es que yo no sé mamá, para qué son los condimentos”, y ahorita le decía a la niña: ‘mira, huele cuando voy moliendo en el molcajete los clavos, las pimientas… fíjate en el aroma, esto ya va a la olla y todo se junta; es un conjunto de todo esto”, cuenta mientras su hija de nueve años está a su lado.

Ahorita con el agua de carambolo, dice, mientras señala un vitrolero de plástico, “le ponemos la menta y ya es un sabor más fresco y más rico”. Asegura que a todas sus hijas les gusta mucho la cocina y la comida, y cuando van a otros lugares ya no les gusta lo que comen.