Más libros, menos narcomantas/Horacio Erik Avilés Martínez

Más libros, menos Narcomantas

La reciente publicación de mantas y lonas por parte de nuevos grupos delincuenciales en Michoacán es una clara manifestación de la reorganización de los criminales ante la serie de detenciones que han realizado las autoridades en materia de seguridad y procuración de justicia en la nación. Las lonas indican también mucha ambición por parte de los criminales por marcar su territorio ante el resto de las células delictivas, pero también es perceptible una intrínseca aspiración por poseerlo, por tener aceptación y legitimación entre los habitantes locales, buscan por todos los medios tener el reconocimiento social que los haga fuertes y les brinde calidad de vida y proyección de la sociedad local,  tratando de venderles la idea de que pertenecer a sus huestes les brindará identidad, sentido de vida, lujos materiales y trascendencia a los incautos que puedan caer en sus garras.  Por supuesto que entre la pobreza y la ignorancia, las denominadas “narcomantas” son peligrosas, por ofrecer una válvula de escape a todos aquellos que consideran prácticamente imposible lograr realizar sus sueños mediante el trabajo, el estudio y la cultura emprendedora, en un marco de respeto a la ley y de valores.

Lamentablemente, innegablemente son miles y miles los que encunan en sus débiles conciencias la aspiración de ser como los narcotraficantes, a quienes secreta o explícitamente admiran y envidian. Esto es lamentable y es un indignante resabio del enorme abandono en el que  nuestra entidad federativa permaneció durante décadas. Asimismo, las narcomantas constituyen un exhorto al gobierno mexicano a que se recupere de una vez por todas, el espacio que  reivindicó para sí la delincuencia, ante un contrato social incumplido transgeneracionalmente.

La práctica del gobierno mexicanos de perseguir a las cabezas criminales, si bien es positiva y aplaudible, al no ir acompañada de una estrategia profunda de transformación social desde el sistema educativo, solamente genera una poda constante a los liderazgos visibles, pero no termina de resolver los problemas de criminalidad en la entidad.  Más aún, genera algunos incentivos perversos, como el hecho de que dentro de la cadena de mando delincuencial, hay ascensos cada ocasión en la que uno de los cabecillas cae abatido o preso, por lo que incrementa el atractivo de pertenecer a un cartel, ya que es cada vez más rápido tener el mando del mismo; y con ello, mayores ingresos ilícitos.

Los jóvenes que siguen uniéndose a este estilo de vida, si bien también lo hacen por confusión y  ausencia de valores,  es principalmente por la falta de senderos correctos de vida transitables en camino hacia el éxito, ya que siguen imperando la miseria, la desigualdad y la violencia, la falta de educación de calidad y la posibilidad de aprender a ganar el pan con el sudor de sus frentes; por lo anterior aprenden a arrebatar la riqueza desde su más tierna edad y cuando determinan enrolarse en las filas de la delincuencia, esta acción resulta consecuencia natural de haber sido bombardeados por el hambre, la riqueza insultante de unos cuantos, por la contracultura que los orilla a tomar trayectorias equivocadas de vida.

Indefectiblemente, es la educación de mala calidad la que hace que ese tipo de mantas tengan consecuencias. En una sociedad preparada y desarrollada, las mantas de esa índole solamente ocasionarían el ridículo de aquellos maleantes que deseasen ostentarse como dueños de vidas y de territorios completos. En muchas zonas de Michoacán, esto no sucede así por la constante ignorancia de la gente, que aún los ve como salvadores y mecenas; así como por la miseria en la que viven y que los ven como una tabla de salvación y posibilidad atractiva de lograr movilidad social para hombres y mujeres, unos como narcotraficantes y trabajadores en la cadena criminal, mientras que las mujeres como parejas de ellos,  en donde todavía es aspiracional para toda una generación de jovencitas  que se asumen “buchonas” ser pareja, amante o quedar embarazadas de los narcotraficantes, sin importar las terribles consecuencias que ello tendría para sí mismas, para sus familias y para los hijos que pudiesen llegar a procrear con ellos. Si supieran ellas que realmente pueden ser profesionistas exitosas, independientes y honradas, todo cambiaría.

Por extensión, el día que la sociedad michoacana les dé la espalda, que cuando lleguen a un restaurante, todos se salgan, que cuando busquen pareja, cliente o aduladores, todo mundo les evite, en ese momento se habrá logrado erradicar esta modalidad de delincuencia organizada de nuestra entidad. Cuando la propia clase política, por ningún motivo contemple la rúbrica de pactos mefistofélicos con los criminales, habremos borrado  el sambenito de ser una entidad violenta y criminal,  pero para ello se requiere un sistema educativo mucho más robusto, que nos acerque más a los libros y nos aleje para siempre de hacerle caso a las “narcomantas”.

Imaginemos una juventud michoacana con senderos de ejemplaridad claros y ciertos para ellos, como ser astronautas, estadistas, médicos o deportistas. Habría generaciones enteras luchando desde las aulas, en los laboratorios y en las canchas deportivas por lograr sus sueños. Michoacán a sería una tierra estéril para la realización de actividades delictivas, así como para el reclutamiento de carne de cañón, que tienen esperanza de vida de unos pocos meses dentro del crimen organizado, o más aún, que fuera una tierra donde las mujeres rechazaran a los delincuentes como sus parejas. Esto aún es lejano pero debe ser un ideal a alcanzar para todos los órdenes de gobierno, empresarios y especialmente para el sector educativo y organizaciones de la sociedad civil e iglesias que deben de lograr la transformación axiológica de los michoacanos.

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