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PÁTZCUARO, Mich., 2 de noviembre de 2014.- Ihuatzio, aquí, en el camposanto, se abren las puertas del inframundo.
Los vivos esperan a los muertos. La cita es a la medianoche.
Al menos esa es la creencia.
Pan, mezcal, mole, corundas, fruta, cigarros y otros alimentos son preparados para que las almas arriben, convivan, “sientan” a sus seres queridos. Son las ofrendas.
El paso es lento, cámara el hombro, mi compañero tropieza. ¡Aguanta, cabrón!, me grita, mientras se repone de una caída sobre una tumba.
Es el panteón de la tenencia, a unos 5 kilómetros de Pátzcuaro, la joya de la corona hoy, el centro de atracción, junto con Janitzio.
Un inmenso tapiz de cempasúchil alfombra el camposanto; cientos de cirios, veladoras dan vigor, vida, a la festividad.
Esperan al abuelo, a la madre, al padre, al hermano, el angelito. No hay lágrimas, no hay dolor. Sólo colorido, fe, esperanza.
Pacientes, los familiares esperan el arribo. Hay de todo; niños, madres, abuelos, hijos. Todos se suman a la pleitesía.
También hay un orden. Si moriste hace cinco meses, solo te llevan flores. Si el fenecimiento sucedió el medio año, te halagan con arcos, estructuras de madera, rebosantes de flores. De esos, hay cientos.
Aquí, allá, el tequila, el mezcal, circulan. Al fin de cuentas, esto es fiesta, la fiesta del encuentro, donde ambos mundos se reeencuentran. Aquí los círculos del maestro Dante, son rebasados. Todo se junta; vivos muertos se encuentran.
Tumbas, montículos, velas, cirios, ríos de gente. Es una verdadera verbena.
En el transculturización, los disfraces jaloguín salen. El Freddy ¨Kruguer”, el ¨Chuky”, hoy perseguido por el Estado Mexicano, tras la desaparición de los 43 normalistas, se emparejan con las caras de los niños, que piden su “calaverita”. El más modesto, apenas se cruza unos trazos con una especie de carbón. El “rollo” es sumarse a a muerte.
Harta gente. Según Roberto Monroy, titular de turismo estatal, unos 120 mil visitantes arribarían a esta zona, la del pescado blanco, la de la danza de los viejitos, la que fundó Tata Vazco, el clérigo hispano que orientó y formó a la comuna purépecha. Un legado vigente hasta hoy. Pátzcuaro, donde su alcaldesa hoy “calienta” cemento” en un penal estatal, por sus relaciones templarias, retorna a los orígenes.
El epicentro mortuario está en Pátzcuaro, pero Janitzio se ilumina con los altares. Igual, desde el cerro, toda la cuenca está iluminada, visible. Son los cemetenterios, el lugar de reposo de de los muertos.
De manera inmediata, tres gringos, dos hombres y una leidi. Son antrópologos. Siguen la tradición, cerca, muy cerca.
El que dice que se llama John, da un sorbo de tequila en un pequeño cántaro de barro. “De Michoacán para el mundo: ¡Salud!”, expresa, con un limitado español. Los otros, se suman a la litúrgia, también con tequila en mano.
De aquí, a Tzurumútaro, el otro camposanto.
El escenario es similar. Solamente unos jóvenes chilangos que se dan un “churro”, rompe parte de la cotidianidad, pero al caso, todo es lo mismo.
Velas, cirios, flores y viandas aderezan la escena. Están a la espera de que bajen los espíritus, sus familiares. A los que ayer lloraron, hoy les desean abrazar. Así es esto.
Nadie, a ciencia cierta, tiene conocimiento de cuando inició esto. Pero, parece ser que es ancestral, antes de la llegada de Cortéz. Tampoco existe referente que en México, el culto se establezca con tal efervecensia.
Es Día de Muertos. ¡Bienvenidos!
A lo que se fueron y a los que llegaron.
12 am. El rencuentro.