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COTIJA DE LA PAZ, Mich., 30 de marzo de 2015.- En la tienda de don Tonino el visitante puede encontrar cualquier maravilla, desde el mejor queso del mundo, hasta la reluciente espuela de un orgulloso guerrillero cristero que aún se encuentra en los anaqueles de la tienda.
La Tienda Tonino no es una tienda cualquiera. En principio, es la tienda más antigua y acreditada de Cotija. Su fama es tal que la familia del ex presidente Vicente Fox viaja desde San Francisco del Rincón, en Guanajuato, hasta este pequeño y fértil valle, en busca de las legendarias delicias del lugar: el queso Cotija.
De la Tienda Tonino salió la rodaja de 25 kilos de queso, cuidadosamente añejado, que sorprendió a los paladares del mundo en la Feria Internacional del Queso, en Cremona, Italia, en donde lo designaron el mejor del mundo.
“Esta tienda me la festejan mucho los Sahagún.Cuandovienen a comprar quesome dicen: ‘qué tienda tan bonita’, porque seguimos igual que cuando mi papá la tenía”, dice con orgullo Rosa María Lúa Rangel, doña Rosita, la hija menor de una prolífica familia que procreó y educó a 18 hijos con un esfuerzo propio y sostenido que aún hoy mantiene a la tercera generación de comerciantes.
“Mi mamáme decía que fuimos 18 hermanos, yo fui la número 18, la más chica, pero de los que yo conocí nada más quedaron cinco mujeres y un hombre, que fueron con los que yo conviví”, dice doña Rosita a Quadratín perdiendo la vista entre los objetos maravillosos que llevan al visitante a otros tiempos.
Entre huaraches, sombreros, sogas, machetes y un sinfín herramientas de trabajo para el campo, destacan antiguas fotografías de guerrilleros en calzón y camisa de manta con las cananas cruzadas al pecho y el 30-30 en las manos.
Son fotos originales, de época, en la que se pierde la mirada del reportero. Doña Rosita explica: “Ve fotos y cosas de cristeros porque mi papá estuvo en la Revolución Cristera, él nació en 1903 y mi mamá era de 1904. La Revolución Cristera fue en el 26 y mi papá tendría unos 23 años, por eso ve fotos de los cristeros. Él andaba… él vio todo lo de la Revolución Cristera de aquellos años”, dice con cierta desconfianza aún ante la curiosidad de los forasteros.
“Mi papá se llamaba Antonio Lúa González, mi mamá Herlinda Rangel López. Él era rebocero, hacía gabanes, pero luego ya dejó eso y empezó de a poquito con la tienda hace poco más de 70 años”, explica doña Rosita que a sus 70 años es la historia viva de la tienda.
La súbita llegada de una oleada de clientes interrumpe a charla, y doña Rosita le pide a uno de sus jóvenes dependientes que muestre a los visitantes la cava de quesos.
Eduardo, el joven dependiente acata la instrucción, pero antes de mostrar la quesería, desplaza a los visitantes a los anaqueles para mostrar algunas maravillas. Casi con reverencia, el muchacho saca de la vitrina una vieja y pesada espuela de acero repujada en plata, la pone en manos del reportero y explica: “Es la espuela de un guerrillero de aquellos años que se la regaló a don Tonino y aquí está desde entonces, pero doña Rosita ya no la vende”, dice.
Quita con cuidado la vieja espuela de las manos del reportero y presume: “La diferencia con las de ahora está en el sonido, escuche”, dice haciendo rodar el aún brillante espolón produciendo ese especial retintineo platinado que sólo pudieron producir los hacendados de finales del Siglo XIX.
Luego, el joven voltea y muestra a los reporteros unas cinco escopetas artesanales de cerrojo y tiro a tiro elaboradas artesanalmente en armerías que se ubican en las rancherías de la región. Explica el procedimiento para preparar la carga de pólvora, retacarlas, ajustar la mira, halar el cerrojo y disparar las escopetas.
De los fusiles artesanales de perdigones, el joven dependiente lleva a los reporteros a la cava de quesos frescos y añejos. Tras una prueba de quesos y mezcal, regresa doña Rosita a la charla para explicar que “la espuela cristera que le enseñaron la tenía mi papá, se la regaló uno de sus amigos. Mi papá murió en 1988, él era el dueño de aquí y las espuelas es de lo que él vendía”, explica.
Doña Rosita se prepara a cerrar la tienda de las maravillas porque “a las tres de la tarde tengo que preparar la comida” para la familia, señala, y despide a los visitantes desde el sillón de piel desde el que controla la operación de la tienda.