Última llamada
Nuestro tiempo impulsado por la corriente de individualismo, busca la grandeza del hombre, su autorrealización, pero sin valores y en la práctica de la irresponsabilidad.
Más temprano que tarde caemos en el caos que se origina por las tomas de las vías y edificios público. Se colapsa la circulación vehicular y el movimiento habitual de las personas, se altera la vida social.
Hay una especie de violencia que se ejerce sobre todos los ciudadanos, que son inocentes, nada tienen que ver con los problemas por los que se protesta.
La gente se ve impedida de realizar sus negocios, lo que impacta en la marcha del Estado que no sale de la crisis.
El caos tiene dimensión global y afecta el comercio y todas las manifestaciones de la actividad humana.
Cuando uno se encuentra varado lamenta tantas horas/hombre perdidas.
Se preocupa y se indigna por las cantidades de gases contaminantes que vierten los automotores. ¿Han notado ustedes la nube crisis, signo de la presencia de la contaminación?
En una situación de tensión se siente el desgaste emocional por la impotencia y la indignación por verse impedido a la fuerza de realizar sus trabajos, cuanto ya se tiene el tiempo calculado. Cuántas veces es imposible realizar sus asuntos oportunamente.
Los autores de este desorden y, sobre todo, las personas que los dirigen, ¿Se sienten responsables de todos los males que causan? ¿Por qué no les fincan responsabilidad de los daños que causan y los dejan hacer el mal a terceros que también tienen derechos? ¿Por qué hechos vandálicos quedan en la impunidad?
Este fenómeno encuentra su explicación en las tendencias de la hipermodernidad que ha seguido a la posmodernidad, en el terminología de Gilles Polivetsky.
Se explica en el motor que mueve a los hombres, el individualismo y la búsqueda de autonomía con miras a la exaltación del hombre. Se le liberado al hombre de los frenos racionales y entregado a conductas, nocivas al cuerpo social democrático.
Uno se pregunta si se justifican las protestas sociales cuando se ven unos cuantos manifestantes, en los lugares públicos, nada en comparación con el conjunto social.
Las causas que llevan como bandera, interesan directamente a grupos proporcionalmente muy pequeños.
Con frecuencia, cuando se conoce de cerca estos movimientos se descubre que, en realidad, defienden los intereses de los líderes. Se presenta a las masas otra cosa, se finge que se persiguen bienes de interés general.
En otras palabras, los ciudadanos sienten con frecuencia que no hay causa justa para desquiciar la libre circulación y la armonía. Las tomas parecen injustas lo que crea molestia y despierta emociones negativas.
Se despiertan cuestionamientos: ¿Por qué en la era de los derechos humanos, éstos no valen para los ciudadanos honestos que son mayoría?
¿Por qué, en los avances democráticos no se hace respetar el orden social?
¿Por qué la autoridad no sanciona tanto las conductas subversivas e injustas como las ordenadas y constructivas de quienes cumplen sus deberes?
¿No es un valor universal el derecho a la libre circulación y el orden de una cité que trabaja normalmente? ¿Qué funciones y tareas cumple, entonces la autoridad? ¿No ven la verdad y la futilidad de las causas que enarbolan los grupos desquiciadores?
¿Los grupos manifestantes han logrado barrer ese valor fundamental para la convivencia humana que es la ley justa? ¿Vivimos en un estado de derecho?
¿Finalmente el caos social a quiénes beneficia? ¿Los logros de los sindicatos y otros grupos no son pasajeros, parciales, para los líderes y al conjunto no les aporta nada?
El caos en la ciudad, es sólo un aspecto del caos social que estamos viviendo.
Hace años que la tendencia social de la humanidad ha derrumbado los grandes valores que sustentan la convivencia humana. Como consecuencia asistimos a la descomposición social en que se pisotean todos los valores morales.
Y con todo, hacen falta valores fundamentales, la dignidad de la persona humana, el bien común y otros.
La honestidad de las autoridades, la coherencia en discurso y actuación debe llevar al cumplimiento de su deber para defender dichos valores.
Los mismos valores deben impulsar al ciudadano de a pie a defender y crear el estado de derecho, de orden, de trabajo y sana convivencia.
Los llevan a no ser cómplices del desquiciamiento, a no prestarse al vandalismo, a denunciar en las instancias efectivas los atentados contra el orden público y el bien de todos.
Cada ciudadano es una piedra fundamental en la construcción de la sociedad justa, tranquila, progresista.
Podemos preguntarnos: ¿Finalmente no tenemos en la ciudad la circulación que nos merecemos?
¿La descomposición social ha infectado nuestro corazón y no nos apoyamos en los valores trascendentes, espirituales y humanos sino que nos nutrimos de la corrupción?
¿Vamos navegando plácidamente en la corriente individualista del mundo que arrasa con todos los valores que fundamentan una vida digna, el progreso, el orden, el respeto a los ciudadanos, la libre circulación?