La opción
La actividad política tiene ciertamente una buena dosis de masoquismo. En los estrechos márgenes de la democracia electoral de nuestros días, el éxito individual depende en gran medida de la habilidad para nadar entre tiburones o bien de aprender en cada acción a convivir con demonios, los propios, los extraños o ambas cosas. Los demonios propios casi siempre tienen que ver con la naturaleza humana. Por eso, hay muchos actores políticos que entre más vuelo alcanzan más pequeños aparecen a los ojos de los otros.
En la disputa al interior de los partidos políticos por hacerse del poder que representan las candidaturas y luego los espacios del poder formal en las cámaras y el Ejecutivo, no debiera sorprendernos el encono que los ha llevado en algunos casos a hacer el ridículo público. En un tiempo no lejano, las fuerzas más conservadoras castigaban casi como en la Santa Inquisición el atrevimiento a disentir. Hoy son públicos los odios y los agravios entre los que en teoría deberían compartir un solo proyecto. Es claro que los que aspiran al poder deberían tener la capacidad de soportar el odio como requisito de sobrevivencia política.
La representación simbólica del mal en la política, los demonios pues, son más nítidos cuando de candidaturas se trata. Los otrora compañeros de partido, amigos del Presidente, amigos del Gobernador, amigos del amigo de la ex primera dama, amigos de la hermana del Presidente, etc.etc. etc., parecieran haber borrado de la memoria los privilegios que la cercanía con el poder les dio, ahora lanzan ofensas, pactan con los de enfrente y pisotean públicamente a sus nuevos adversarios, los de adentro, los del poder venido a menos.
Sucede en todas las pistas pero con matices diferentes. En la fuerza hegemónica, se rompió el mito de la disciplina, el pacto y la unidad a toda prueba. No es posible ocultar la contradicción, el arrebato, la imposición y el agravio a los otrora poderosos actores políticos en desgracia. Los diablos andan sueltos, se alcanza a percibir el penetrante azufre que deja cada declaración, cada señal, cada guiño de los antiguos aliados hoy confrontados en límites insospechados.
La política ciertamente es apasionante, es adictiva y debería ser el mejor espacio para el debate de las ideas, el instrumentoprivilegiado de la organización social.
Sin embargo, la sociedad es en todo caso, la más agraviada por este sinsentido de la política. El pragmatismo extremo y el contrasentido ético de esa manera de hacer política genera la percepción ciudadana de la verdad de aquellas sabias palabras: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.