Tigres de arena
La reforma energética traerá todos los bienes, la vida en México será un paraíso. Esta promesa se anuncia, con otras palabras, se afirma como absolutamente cierta. Parece que el presidente realmente lo creyó.
La promesa se basa en cálculos científico – pragmáticos y se presenta como algo infalible, absoluto, como un dogma. No tuvieron en cuenta que el ser humano es esencialmente falible, se equivoca, cambia, no cumple. Sus obras son relativas, difícilmente alcanzan el ideal. Además, los programas del gobierno están condicionados por situaciones internas e internacionales, por intereses particulares, fluctuaciones.
o tienen en cuenta los servidores públicos que el hombre hace de su libertad un uso bueno moralmente o perverso, que influyen intereses de partidos políticos y otros organizaciones que defienden salvajemente intereses materiales, facciosos, de consorcios transnacionales que tienen como meta ganar mucho dinero en detrimento de la persona humana y su vida digna y feliz.
Los resultados, bajo la presión de factores imprevistos, hacen que se vean mal los compromisos y las cuentas alegres de los gobiernos.
Es una irresponsabilidad no hacer un análisis integral de la realidad del hombre y su mundo, hasta el fondo, teniendo en cuenta todos los aportes de las ciencias exactas, filosóficas y la luz de la fe.
Hay escollos graves que no se tienen en cuenta, falta un conocimiento fundado y honesto del recurso del petróleo. No se considera que es un recurso en vías de ser superado por energías limpias, como la electricidad, el alcohol, los rayos del sol.
Se construye el proyecto, con ligereza e irresponsabilidad, sobre un recurso probable, puede decirse posible, de acceso mucho más complicado y costoso, en aguas profundas.
Piensan que la bonanza del negocio energético, el barril a más de cien dólares, es eterna.
¿Debemos ver el proyecto petrolero y los otros proyectos como un fracaso aplastante y ponernos a llorar como si todo estuviera perdido?
No, definitivamente.
Estaríamos cayendo en la misma visión miope y fragmentada del destino de nuestra patria, de su capacidad, recursos y grandeza. México es grande y rico, su atraso viene de la clase política, piensan muchos analistas.
Pero es necesaria una conversión, cambiar la manera de pensar. Tener una visión integral del hombre y su mundo, no sólo ideas sueltas, proyectos y compromisos.
Hay que superar el inmanentismo, materialismo, presentismo, como lo llama Polivetsky, sólo el presente, sin futuro.
No hay que mutilar al hombre de su dimensión inmaterial, espiritual, verlo sólo como unidad de producción y animal que consume bienes materiales, que quiere brincarse todas las normas y perderse en la diversión y el placer de los instintos.
El hombre tiene un alma con facultades diferentes: inteligencia, voluntad, afectos. Esto le da una vocación a la plenitud e inmortalidad, desconocidos en este mundo perecedero, plagado de mal y sufrimiento.
El hombre que sólo se satisface con comida y sexo instintivo queda con sed de bienes más altos, inquieto.
El alma humana necesita algo más que dinero, bienes y placeres materiales, necesita la relación con los demás y con el universo, gratuita y libre de donde brota una alegría duradera y más pura.
Tiene capacidad de bienes de otra esfera que le causan gozos genuinos y duraderos. Es capaz de amor, magia que transforma el mundo en algo ligero, maravilloso, de un más allá más puro, hermoso como un cuento de hadas, armonioso y transparente, una realidad celeste. La verdadera realidad que sueña el hombre.
Hay tantas fuentes secretas de vida en esta dimensión sutil, leve, íntima del hombre.
La navidad, fiesta espiritual de Cristo, nos invita a elevarnos a esa esfera intangible tan olvidada, contaminada, cegada por la mugre y el basurero del consumismo.
La navidad es Cristo, que vino a levantarnos del mundo de sombras, trampas mortales, humo de confusión, a la verdadera realidad donde brilla la verdad, la fraternidad, una felicidad celeste y la paz.
Cuando Cristo aparece en la noche de Belén, da una respuesta a la milenaria espera del hombre, que recupera la felicidad original, perdida por el egoísmo, soberbia y crimen. Cumple las promesas de Dios y calma la sed de amor congénita del hombre.
A la noche caótica del mundo trae una luz extraordinaria, una melodía como el canto de los ángeles y pastores, gozo desbordante. Es una experiencia del cielo que transforma la vida de los pobres y les permite ver su realidad definitiva que viene en la noche divina de la gloria.
Como toda irrupción del mundo de Dios, trae una inversión de situaciones: se desborda el gozo de los pobres, sin dinero, ni glamour ni regalos de los grandes del mundo.
Las fuentes secretas, el amor, la armonía, la seguridad se desbordan en navidad.
Los humildes, despreciados de los hombres, son acogidos en la fiesta del Señor del cielo y de la tierra, por Dios Altísimo y son transformados en príncipes, hijos de Dios. Se entrevé lo que serán en el mundo nuevo de las realidades definitivas, en la gloria.