Poder y dinero
Por la participación e intensidad, el momento fuerte de conmemoración del bicentenario de la Constitución de Apatzingán es la presentación de la arrolladora Banda Limón en la noche, frente a la Catedral de Apatzingán.
La multitud se da cita, corea, grita, hace una constelación de celulares que toman fotos.
Para el acto central, frente a la Casa de la Constitución, la logística es impresionante. Una multitud e de agentes, vestidos de negro y blanco protegen al presidente.
La gente se pregunta por qué tantos elementos desplegados si ya se erradicó la violencia con la llegada del comisionado Castillo, si el orden es perfecto en Tierra Caliente, si ya no hay malosos, si la violencia es asunto del pasado, si nadie hace el mal sobre el valle feraz de Apatzingán.
El acto central para conmemorar la Constitución es un acto de circunstancia, según el ritual oficialista. Preside el presidente Peña y los principales miembros de su gabinete. Están ausentes los representantes de la ciencia, nuestros historiadores.
Se trata de rememorar un hecho fundante del México independiente, que sigue sin vencer la corrupción y la miseria material, detrás del sueño de su seguridad y vida digna.
Se trata de revivir un pasaje de una gran epopeya de México, la independencia, la creación de unas leyes que dieron orden y marco jurídico a un pueblo en gestación de libertad.
Se trata de recoger la lección histórica, los altísimos valores, los ideales de una raza de héroes, que no hace discursos, porque el mensaje es su vida consagrada a los pobres, por el sacrificio, hasta el derramamiento de su sangre.
Es una conmemoración histórica y los historiadores no están, porque nadie los convocó, según parece.
La celebración cambia su sentido de conmemoración histórica, se convierte, se convirtió en un acto político.
Se menciona periféricamente el acontecimiento histórico, no se abre su sentido profundo para ver cómo se enraíza en la historia, en aquella situación de sufrimiento de las mayorías. No se extraen sus valores para proyectarlos en el presente y en lo por venir, para seguir cultivando los mismos ideales. La república, el estado, la región pierden la oportunidad de injertarse en la corriente histórica y el sustrato cultural de un pueblo grande, rico en ideales.
Los discursos extraen sus palabras de lugares comunes, de la jerga y la moda política.
Un poco de más contenido histórico cultural muestra la intervención del gobernador interino Jara Guerrero.
La alocución de Rebeca Buenrostro es una panegírio del gobierno, con expresiones del dogmapolítico, como aquella: Hace nueve mesesque la desesperanza tocó fondo. Se refiere a la llegada de Castillo que con su varita mágica cambió una región violenta y aterrada en el país ideal, pacífico. Ninguna alusión al miedo de la gente, a la situación de miseria social.
Los autodefensas, los que han hecho el cambio están ausentes de los estrados y de los discursos. Es una injusticia y una miopía, la pretensión y presunción de que el gobierno de Castillo lo hizo todo.
El discurso de Peña Nieto pasa por un lado del gran acontecimiento que se celebra, no hace una reflexión histórica del significado y de la trascendencia histórica de la Constitución de Apatzingán.
Habla de su gobierno, de las leyes, la paz, la seguridad, la procuración de justicia, que son sus tareas de todos conocidas. Y va a los suyo, las tan llevadas y traídas reformas constitucionales para ampliar el reconocimiento de los derechos y hacer cumplir las leyes.
Habla del respaldo del gobierno para recuperar los derechos de la gente y transformar las vidas de las familias (¿No dijeron antes que ya todo está perfectamente bien?).
Se pierde la ocasión para promover y recuperar grandes valores que fundan la nación. Para dar a los hermanos de Tierra Caliente, Michoacán y México, un ideal, que desencadene la sinergia, e impulse hacia la utopía de Morelos y los constituyentes de Chilpancingo y Apatzingán.
Quizá nadie le presente al Primer Mandatario (que hace los mandados del pueblo) los Sentimientos de la Nación y las Leyes de la Constitución. Sin duda, no se detiene a la leer la cita de la placa de la explanada, que está frente a la Casa de la Constitución.
“Que las leyes moderen la opulencia de los ricos y supriman la indigencia de los pobres”.
No se hubiera traído la lujosa comida del presidente de Morelia, mientras las multitudes en la calle no tienen dinero para saciar su hambre en el calor abrasador.
Se pierde una magnífica oportunidad para hacer un llamado a las energías espirituales y sociales que dormitan en el corazón de los michoacanos, de inculcar los más altos valores para que México”,libere a las multitudes que sufren la muerte sangrienta y el hambre y “se mueva realmentea la patria ideal por la que ofrendaron su vida Morelos y sus compañeros.