Última llamada
La iniquidad nos acecha en forma de maldad y crimen y mata, desde el corazón del hombre. Cristo con su muerte y resurrección inaugura un mundo sin corrupción.
La iniquidad es el mal, que se manifiesta en crimen e impunidad, maldad, perversión. Es el mal que lucha contra el bien.
Detrás se siente un misterio de iniquidad, una fuerza que ataca desde las sombras, el poder del enemigo jurado del hombre, el Maligno.
La iniquidad se manifiesta a todos en hechos: los anarquistas de la CNTE desestabilizan la sociedad para gritar su rechazo a la reforma educativa. Cometen injusticia contra los ciudadanos inocentes, causan contaminación, gases que son bombas contaminantes.
La justicia no es equitativa, hay clases sociales protegidas, que no se destapan o no se les prueba nada. Mientras hay personas recluidas en los penales por defender la vida y los derechos fundamentales ante el vacío de la autoridad de la autoridad de justicia. Vivimos en un estado sin ley porque ésta se manipula, se tuerce. Importa más el trámite burocrático, la integración del expediente que el delito cometido que queda impune.
Muchas autoridades colaboran con el crimen y despojan y asesinan, como el presidente municipal de Apatzingán. Son muchas, sólo se conocen algunas. La lista es interminable, no se pueden nombrar todos los crímenes e injusticias en el reino de la iniquidad.
También hay signos positivos, como la liberación de Hipólito Mora porque es inocente. Su detención se debió a los dichos de una mujer a seis cuadras de distancia, afirma el Dr. Mireles.
La aplicación de la justicia a funcionarios, miembros del partido gobernante, el secretario de gobierno, el presidente municipal de Apatzingán.
Se siente en la sociedad un sentimiento de impotencia ante la enorme, aplastante fuerza del mal.
En muchos hay un sentimiento fatalista ante la injusticia, la inseguridad, las muertes, los atropellos, la falta de claridad en el compromiso de los gobernantes, su discurso alejado de la realidad que no tranquiliza, la impunidad generalizada, una corrupción que lo penetral todo.
¿Hasta cuándo estaremos bajo la opresión del mal, bajo su gobierno tiránico y asesino? ¿El mal va a terminar con nosotros, su triunfo sobre el bien será definitivo y total?
La antropología cristiana advierte de la presencia del Maligno que promueve y hace el mal. Desenmascara una solidaridad con el mal, el Maligno de manera insidiosa y astuta, materialmente imperceptible tiene una red de crimen, tiene sus cárteles de sicarios, extorsionadores, incontables colaboradores.
Hay un acontecimiento central de la historia, el decisivo, cósmico encontronazo del bien y del mal en la persona de Jesucristo, Dios hecho hombre que lleva a su realización definitiva el plan de salvación del Padre Dios.
Enfrenta las estructuras y las personas corruptas. Lo aplasta la muerte, su derrota parece total y definitiva.
Pero Dios lo reivindica y le da la victoria definitiva al bien. Cuando todo parece perdido, el Padre, lo levanta del reino de la iniquidad, bellísimo triunfante, con una vida inmortal.
Es la salvación de Cristo, obra de la historia y que se entiende en la fe, que abarca la experiencia integral del hombre, cuerpo y espíritu, tiempo y eternidad, precariedad y plenitud.
Es el acontecimiento que la humanidad celebra año tras año en los días santos, en la fe.
Mucha gente, la profana y desvirtúa y la convierte en vacación, carrera a las playas y al placer del cuerpo, en ocio y consumismo irracional.
La salvación debe ser una acontecimiento que se hace actual siempre, de manera especial en las fiestas centrales del año, como es la pascua.
Se celebra en el corazón del hombre, en su ser interior, abraza su misterio personal.
Es una cumbre sublime que se alcanza con lo mejor del hombre, requiere esfuerzo de campeón.
Implica ir más allá de las seducciones materiales y de la satisfacción tiránica y efímera de los instintos del cuerpo y de las bajas pasiones, de las disfrazadas pulsiones de muerte, como dice Freud.
Implica tomar las alturas puras y grandiosas del espíritu, entrar en la interioridad para encontrarse a sí mismo, el sentido de su vida y la fuente secreta del alma desde cuyo fondo mira Dios.
Implica un ambiente propicio a la manifestación del mundo de lo divino: austeridad en la comida, disciplina corporal, bebida, ruido: exige recogimiento, silencio.
México tiene una honda cultura religiosa, ahí la muerte y resurrección de Cristo son valores fundamentales. Mucha de la riqueza se ha perdido quedando sólo manifestaciones periféricas. Los comerciantes han convertido los días santos en consumo, diversión, lo mismo hace la secretaría de turismo con su propaganda de la semana santa.
Hay que ir al sentido hondo de la celebración, no dejar el rábano por las hojas.
Hay que atreverse a vivir una experiencia de fe, elevarse al contacto con el misterio de salvación. La Iglesia ofrece medios preciosos humano divinos: participación en la familia de fe en todos los oficios sagrados de la Semana Mayor, recibir a los sacramentos: reconciliación, eucaristía.
Es necesario asistir a las celebraciones litúrgicas, no quedarse en romerías que tienen mucho de folklórico, representaciones teatrales que a veces son sólo teatro o una especie de kermesse.