Teléfono rojo
Los hechos sangrientos de Guerrero y México no pueden quedar en un hecho absurdo, que suscitan frustración y odio, hay que buscarles un sentido trascendente.
La tragedia de Guerrero, la desaparición de los normalistas, las masacres, las fosas clandestina, la complicidad de las autoridad, el caos.
La primera reacción del ciudadano sano, normal es la natural rebelión contra el crimen, la indignación, la condena de asesinato, complicidad, traición.
Es la indignación superlativa por la traición de quienes tienen el deber de velar por el orden, la vida, la complicidad de las autoridades con el crimen organizado.
Es el sentimiento de vivir en un estado fallido, en una tierra sin ley. Es el poder de las tinieblas y el reino del odio y las pulsiones de muerte.
En el pueblo hay un infinito dolor por la muerte de los seres queridos y otros atropellos, la inseguridad. Más cuando la persona es tocada en lo vivo.
Hay desconfianza en los discursos oficiales, en su sinceridad, honestidad, eficiencia.
Los acontecimientos de Ayotzinapan y los del México bronco, pueden verse como signo de barbarie, descomposición social, perversión, destrucción, un infierno.
La solución que se está implementando entra en la lógica del odio y del crimen, buscan acabar con los criminales con dinero, armas, policías más potentes. Es la primitiva ley del Talión.
Es cultivar en el alma la mala hierba del odio, el deseo de muerte, venganza, aniquilamiento. Es darle alimento a los instintos bestiales, sed de sangre y destrucciónagazapados en el ser humano.
No podemos quedarnos con un sentimiento de fatalismo, derrota total y destrucción. Primeramente tiene que hacerse justicia. Ante lo irreparable, hay que sacar fuerzas del fondo de una cultura rica en humanismo y valores del espíritu.
Hay que cambiar el odio por el amor y el perdón y aferrarnos valientemente a una jerarquía valiente de los valores más altos. Hay que tener la visión sabia para considerar el destino integral y definitivo del hombre, de la dimensión plena de la existencia humana, la felicidad definitiva, la inmortalidad, la paz.Hay que tener en cuenta el destino definitivo de todos los hombres y su mundo.
La existencia humana no se agota en la vida material, intramundana. Hay que abrir los ojos del espíritu a las realidades definitivas, como el mundo de las ideas de Platón.
Hay que ir más allá de las fallas humanas que generan la injusticia y el asesinato, impunidad, caos, más allá de los cálculos de las ciencias sociales, de los operativos de gobierno. Hay que apoyarse en valores universales, inmutables del espíritu humano.
Necesitamos creer en la energía todopoderosa del amor y del bien. La maldad, la perversión, la lógica y la sed de venganza se vencen con el bien, el amor, el perdón.
Así se desarman los mecanismos y la espiral de la violencia y del crimen organizados y sus vendettas.
Tal vez se encuentre el fracaso y la muerte, males materiales y provisionales.
Pero se ponen los cimientos del mundo nuevo. En la perspectiva total de la existencia humana, pero se renace para la vida plena del mundo definitivo, para la gloria, la plenitud de riqueza, libertad, vida feliz.
Tenemos el prototipo del más grande de los mártires, Cristo. Él enfrentó el mal y vio aplastada su existencia terrenal por la maquinaria de la corrupción y el odio de los jefes y su pueblo.
Sin embargo, venció la el poder del mal y su estrategia de venganza e inauguró un mundo nuevo, resucitó a una vida nueva. La victoria sobre el mal es definitiva pero está en proceso, es una lucha larga. Al final triunfará el bien, la verdad y la vida, el amor y la paz en el mundo verdadero.
No se puede derramar más sangre humana, pero la sangre de los mártires prepara el advenimiento de un mundo de justicia, igualdad social, vida digna de los pobres en este mundo y después la inmortalidad.
El dolor, la muerte, el fracaso dejan de ser un mal absoluto y definitivo. Aunque veces son inevitables, adquieren un sentido nuevo.
En la lógica divina de Jesucristo, la sangre derramada, el sufrimiento y la muerte no quedan en la destrucción y fracaso, tienen un valor redentor para el mundo, son el paso de la muerte a la vida, la Pascua.
Hay que abrir al martirio del pueblo guerrerense un horizonte más amplio, darle su sentido pleno y trascendente, su valor redentor. El sacrificio de los mártires vence el poder del mal, la injusticia y la muerte.
Los héroes tienen esa fe o intuyen esa dimensión de inmortalidad y gloria. Se puede entregar la vida porque se recupera en una dimensión de inmortalidad y victoria, como los mártires de la democracia, la independencia, la fe.
Así lo hizo valientemente Morelos, el promotor de la Constitución de Apatzingán, quien ofrendó su vida por un valor superior.
Estaremos celebrando el bicentenario de su sacrificio el 22 de diciembre de 2014.